La vida nos transporta constantemente a nuevos niveles de
madurez. Cada uno de nosotros es como un barco que atraviesa una larga serie de
esclusas, que hacen que nos elevemos o descendamos a un nuevo nivel.
Pasamos de una fase a otra, cada una de las cuales
constituye un reto. Todos, cada cual a su modo, experimentamos ritos de pasaje
que dejan en nosotros una impronta indeleble. Estos cambios profundos nos
remueven y reorganizan nuestro mundo. Por eso pueden parecernos arriesgados.
Quizás nos resistamos a un cambio necesario. Quizás temamos a la noche oscura
que se cierne sobre nosotros, pero debemos afrontarla.
Hoy en día, debido a la mentalidad terapéutica imperante, no
apreciamos los ritos de iniciación y de pasaje. Esperamos que la gente resuelva
los cambios que se producen en su vida, y si no lo consiguen, les ofrecemos
sesiones de terapia. Carecemos de los poderosos ritos de las comunidades primitivas
que sirven para apoyarnos y guiarnos. Nuestros modelos de desarrollo de una
vida humana tienen en cuenta el progreso, pero no los cambios radicales. El
pensamiento lineal, que forma parte integrante de la vida moderna, incide en el
modo en que enfocamos nuestra vida. Evolucionamos y nos desarrollamos, pero no
nos transformamos. Imaginamos que crecemos como rascacielos en construcción,
elevándonos hacia el cielo, no como una oruga que se convierte en mariposa.
Las personas se refieren a renacer como cristianos, pero no
es más importante renacer como seres humanos?.
Debemos renacer una y otra vez para reforzar nuestra
humanidad, para descubrir de distintas y sofisticadas formas lo que significa
ser una persona en una comunidad de personas. Las sociedades arcaicas conocían esto
mejor que nosotros: los cambios fundamentales de perspectiva son esenciales, y
el mejor modo de imaginarlos es tomar el modelo del nacimiento. La metamorfosis
del yo no concluye jamás, y necesitamos métodos eficaces para afrontar cada
fase con éxito.
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