El Tiempo del alma

domenica 24 febbraio 2013

Richard Moss.- Entrevista realizada en el mes de Agosto del 2007 por Maga. Intérprete: Roberto Solari

                                                   El mandala del Ser - V parte

 
A pesar de mis errores?
Si yo estoy viviendo en este momento y soy suficiente tal cual soy, cada uno de esos errores me ha producido estar aquí y ser quien soy. Hay ciertas clases de emociones que no son parte del pensamiento, no puedes tener enojos sin pensamientos, pero puedes perdonar sin pensamientos, puedes tener dicha sin pensamientos, puedes tener confianza sin pensamientos, bienestar sin pensamientos, autenticidad sin pensamientos, gratitud sin pensamientos, pero no puedes tener culpa sin pensamientos, ansiedad sin pensamientos, grandiosidad sin pensamientos, estar deprimida sin pensamientos, autoimportancia sin pensamientos, enojos, celos, envidia sin pensamientos, pero puedes tener dicha sin pensamientos y el verdadero amor es sin pensamientos, gratitud, entusiasmo es sin pensamientos, estos son innatos, no son creados por la mente. No puedes enseñar a una persona con pensamientos a tener gratitud.

La gratitud es algo que tenemos que adquirir o es algo que tenemos que despertar?
Hay prácticas que te ayudan a despertar la gratitud. La gratitud se despierta naturalmente.

Es inherente al Yo, al ser?
La gratitud es inherente al ser en la vida.

Cuando se empieza a trabajar el mandala del Ser, el objetivo se podría decir, que es el de conectarse con el presente y la gratitud, o el presente nos trae la gratitud?

  El presente trae la gratitud, pero hay prácticas que te pueden guiar hacia la gratitud. Igual es necesario en esas prácticas decirles gracias y si a cualquier sentimiento, a cualquier emoción que se nos presente Supongamos que has estado casada por veinte años y tu marido te dice que te deja y no lo esperabas, así que hay enojo, dolor, confusión y todos esos sentimientos crean pensamientos y el pensar crea sentimientos y esto sigue y sigue...

Y qué pasa si dijeras: "Dolor, gracias" "otra forma de dolor… gracias", "soledad gracias", "enojo gracias", eventualmente tu mente se va silenciando, cuando tu mente se silencia tu corazón se va a abrir, dejarás de tener miedo por ti misma, empezarás a sentir compasión por el otro, todo el mundo está buscando estar vivo, con vitalidad, en realidad no está tratando de dejarme a mi, está tratando de encontrar vitalidad.
Muy poca gente va a tomar o tomaría este camino, pero es un camino y funciona. La sociedad en realidad premia el sufrimiento.

En realidad hasta se define a la humanidad en términos de celos, enojos. No la definimos en términos de trascendencia, realización, con capacidad para perdonar. El sueño soporta el sueño, pero una persona que dice gracias llegará al ahora.

 La cuestión es si la capacidad para decir gracias tiene la misma energía que el poder del enojo, del dolo. La mente en la mayoría de la gente es débil y por eso no puede quedarse aquí en el ahora, porque no puede estar en el ahora, puede estar en el pasado, en el futuro y en las historias a cerca de los otros o de otros y de yo, de él mismo.

Todas las emociones son predecibles, de acuerdo a donde esté la mente, pasado, futuro en otros o yo. Entonces la mente que es fuerte, no es una mente académica, intelectual, está aquí, está en el ahora, es lo que es, es muy fuerte, muy espaciosa, no está concentrada, esa mente experimenta su belleza sin pensamientos, experimenta el reino del cielo ahora y construye relaciones muy diferentes, experimenta compasión, escucha de una forma muy diferente.

Una mente fuerte no es fuerte porque es cabeza dura, esa es una mente cerrada, la mente fuerte ve las cosas como realmente son y no se da vuelta, no se aleja y no juzga. Entonces mi trabajo básicamente es ayudar a las personas a que sus mentes se hagan más fuertes, eso no es lo que enseñan las escuelas o las universidades, nos enseñan a usar el intelecto para sobrevivir, en realidad es una supervivencia psicológica en términos del yo separado, si yo sobrevivo, si tú tienes más que yo, yo tendré menos, entonces la mente débil siempre está en conflicto o consigo misma o con los otros y no puede quedarse en el ahora.

 Entonces si podemos aprender a quedarnos en el ahora hacemos una mente más fuerte, por qué lo dejamos, por qué nos alejamos del ahora, porque un niño no sabe como quedarse con la soledad, el abandono, el miedo, entonces muy temprano al otro día empezamos a escaparnos del ahora y nos escapamos al mundo de la mente que está construido alrededor del concepto de autoprotección.

Nos podría dar el ejercicio más simple que conoce para poner la mente en el presente?
Decir gracias. Cuando sientas que tu mente y tu cuerpo no dicen gracias, dile gracias a eso. Después de decir GRACIAS a TODO por un día, te despertarás.

Gracias!
Es un buen comienzo.

Richard Moss.- Entrevista realizada en el mes de Agosto del 2007 por Maga. Intérprete: Roberto Solari

                                                          El mandala del Ser -  IV parte


Ahora escuchas a otro de una forma mucho más efectiva, estas escuchando los puntos de vista de interconexión, de intersección con el otro; que mis metas, circunstancias y propósitos puedan intersectarse con los tuyas. En realidad la buena comunicación es espiritual.

 Cualquier cosa que te permite entender la realidad de otra persona es espiritual, cualquier cosa que te ayuda a ser una mejor persona con relación a los otros es espiritual. A mi no me importa si cae en la categoría de psicoterapia o en la categoría de coaching sigue siendo espiritual, porque entender a la mente es entenderte a ti mismo.

Cuando habla de la mente involucra también a las emociones?

Un pensamiento no puede existir sin una emoción, un pensamiento desaparecería a menos que esté apoyándose a una emoción, de un sentimiento, en un instante el pensamiento genera una emoción, en un instante una emoción genera un pensamiento. Cuando la mente está en el futuro ese pensamiento nos hace ansiosos o llenos de esperanza, entonces el ahora se convierte en ansiosos o esperanzados, pero no se convierte en aquello que es, si estás en el futuro no ves los pájaros, no tomas nota del mundo, porque estas ansiosa o porque estas esperanzada, entonces tienes el sueño ansioso o el sueño esperanzado. Cuando la mente está en el pasado con cualquier tipo de memoria la mente va a generar remordimiento, nostalgia o culpa.

En realidad el pensamiento y la emoción son la misma cosa, son la cara y seca de la misma cosa. Cuando hablas acerca de pensamientos… libros, libros y libros llenos de ideas, no es obvio cuál es la emoción, hasta que estás en desacuerdo con las ideas de esa persona, las creadas por la mente académica son parte de la identidad del académico.

 Los psicoanalistas defienden las teorías psicoanalíticas, como los musulmanes defienden el Musulmán y los cristianos defienden el Cristianismo, entonces la información intelectual es acerca de estar a salvo, de estar seguro, de la emoción de estar a salvo de estar seguro, el sentimiento de estar a salvo de estar seguro.

Mis ideas son las correctas, yo soy mejor que tú porque mis ideas son mejores que las tuyas, entonces se produce la sensación sutil de ser especial. Hay un mundo de pensamientos que está encima de nuestro mundo y cuando creemos que ese mundo es nuestro no estamos en él, entonces es imposible leer un libro de enseñanzas, un libro de textos y sentir dicha, podrás sentir curiosidad, podrás sentir que tu mente está excitada, pero sentir verdadera dicha, sentir completitud, sentirse completo, sentir yo soy suficiente tal cual soy. De hecho nos hacemos insensibles con libros.

Ahora esta completitud de la que usted habla es vivir el presente?
Si.

Nuestro presente es una consecuencia de un montón de hechos del pasado?Eso no es verdad, es una creencia, si no te identificas con el pensamiento del pasado, no es tu pasado. Entonces hay gratitud, estoy agradecido de…

Richard Moss.- Entrevista realizada en el mes de Agosto del 2007 por Maga. Intérprete: Roberto Solari

                                                  El mandala del Ser - III parte

 
Cómo se hace para bajar la velocidad de la mente, para silenciarla?

Observas sin preferencias, sin juzgamientos. Es una práctica. Le das a la mente algo en qué enfocarse en el momento presente en vez de dejarla que corra de un pensamiento a otro, la disciplinas para que mire simplemente a una sola cosa entonces los otros pensamientos empiezan a silenciarse.

Quién observa a la mente?

Esa es la cuestión. Eso es lo que todo el mundo debiera ver como obvio. Hay un pájaro, hay alguien que está experimentando la percepción del pájaro y algo más que está conciente de todo eso. Hay una experiencia. Alguien a quien la experiencia le está gustando o no y otra cosa que está conciente de las dos situaciones.

 Para la persona que está durmiendo solo hay dos, yo y mi experiencia, yo y tú, "yo quiero más dinero", "yo no tengo suficiente dinero", "yo quiero tener mejor sexo", "no eres un buen amante", pero no hay un tercero, una persona que está en el sueño no tiene un tercero que ve el sueño.
Cuando la mente se silencia empiezas a realizarte y hay allí una conciencia más profunda que no tiene preferencias y que el yo no es real.

 El yo es creado por la identificación con la corriente de pensamientos, como puesto a observar la corriente de pensamientos. La cuestión es qué metodología debería ayudar a la gente a liberarse del estrés, vivir con mayor sabiduría, no la sabiduría que adquieren por creer en algo por leer algo. La verdadera sabiduría, o sea que saben, porque viven lo que están viviendo, porque elijen lo que están eligiendo, debería ser posible hacerle cambiar a una persona su comprensión relativamente rápido, pero también comprender por qué no quieren cambiar.

 Al final la metodología es de lo que realmente estamos hablando. Entonces el Mandala del Ser es una metodología para volver al presente y básicamente, lo que está diciendo es que quien realmente eres comienza en este mismo momento y si te identificas con tus pensamientos, tus pensamientos se convierten en tu sensación de ser, tu sensación de quién eres, pero no quien realmente eres.

Esta experiencia de observación a la mente es apta para todos los niveles de conciencia?, porque da la sensación que es más una experiencia espiritual.

Es apta para todos los niveles de conciencia. Una persona que está más conciente haciendo negocios es más efectiva haciéndolos. La primera reacción en una conversación digamos es una reacción biológica, estás de acuerdo o no lo estás. Si me amenazas me haces sentir inseguro, una persona que está escuchando desde el punto de vista de estar a salvo, de estar segura, es alguien que escucha de una forma muy pobre, una persona que está escuchando, estando conciente desde su propia inseguridad puede escuchar desde un lugar donde puede ver, estoy escuchando una forma que hace a la otra persona sentirse insegura? Si estás haciendo negocios cómo podrías escuchar y hacer que la otra persona se sienta segura a salvo, registras cuáles son sus metas, tratas de entender cuáles son sus circunstancias, sus propósitos, de qué tiene miedo y qué se interpondrá entre la capacidad para cumplir sus propósitos y sus metas. Entonces entiendes todas estas cuestiones en tu propia mente porque aprendes a ver tu mente, a observarla.

Richard Moss.- Entrevista realizada en el mes de Agosto del 2007 por Maga. Intérprete: Roberto Solari

                                               El mandala del Ser  II parte


La primera cosa que tienes que aprender es estar en tu cuerpo, después tienes que aprender a permitir cómo tu cuerpo se relaja. Cuando el cuerpo se relaja la naturaleza de tus sentimientos, tus sensaciones tiende a ser positiva. Cuando la naturaleza de la sensación o de los sentimientos que tienes es positiva la mente tiende a estar calma.

 Cada vez que la mente se mueve alejándose del ahora el cuerpo tiende a estar tenso, cuando la mente y el cuerpo están en el mismo lugar, el cuerpo esta fluído, relajado, blando, suave. Si está surfeando o danzando está en el flujo. Estos son los estados que nos dan una sensación natural de dicha, el momento que la mente se aleja del cuerpo del ahora y en ese momento empezamos a ser desdichados, infelices. No hay forma que puedas ser feliz, no hay forma de que puedas identificarte con el pasado y estar libre de estrés. No importa lo que recuerdes del pasado disminuye la real experiencia del presente. No hay forma de tener un presente vívido cuando la mente está en el futuro.


El futuro nos va a hacer que tengamos miedo, que estemos ansiosos o que tengamos esperanzas, vamos a contarnos una historia que nos asusta o nos llena de angustia o una que nos llena de esperanzas, pero no puede estar viva con mucha vitalidad si tu mente está en el futuro; no hay forma de que puedas tener creencias acerca tuyo que sean saludables. Las creencias acerca de uno mismo van a ser grandiosas o depresivas.

 Por ejemplo, la persona que piensa que "el mundo debería ser diferente" es grandiosa y la persona que siente que la gente que no hace lo que ellos creen que tienen que hacer van a estar enojados, van a sentirse lastimados. A medida que la mente se aleje más y más del ahora nosotros sufrimos y la vida se hace más y más insatisfactoria, entonces empezamos a creer que vamos a obtener la satisfacción en algún punto en el futuro, así que nunca estamos descansando, nunca somos suficientes tal cual somos.

 Cuando la mente está activa es imposible ser suficiente tal cual somos. Esta enseñanza es en realidad acerca de empezar desde diferentes puntos de vista, no que voy a conseguir la completitud, sino que ya soy la completitud. La mente es lo único que me puede hacer sentir incompleto entonces nos convertimos en discípulos de nuestros pensamientos y no existe una cosa tal como que haya un pensamiento que sea realmente cierto.

 La validez de cualquier pensamiento es un pensamiento anterior y si lo sigues hacia atrás eventualmente vas a llegar a un lugar donde no hay pensamiento o seguirás yendo en círculos, círculos, círculos de pensamientos, círculos vastos de teorías Psicológicas, miles de libros, millones de opiniones, pero la única validez de cualquiera de ellos es un pensamiento diferente, pero no estamos completos y realizados mientras estamos pensando, sin embargo seguimos tratando de cambiar el pensamiento para que nos lleve a la felicidad. En el Este entendieron esto, ellos aprendieron a dejar que la mente entre el silencio, cuando la mente entra en silencio empieza a surgir la paz, cuando la paz empieza a emerger empiezas a ver más claramente la realidad y a ver que lo que llamamos realidad es una extensión de tu mente.

Richard Moss.- Entrevista realizada en el mes de Agosto del 2007 por Maga. Intérprete: Roberto Solari

                                          El mandala del Ser - I parte


El Dr. Richard Moss es un maestro respetado internacionalmente, uno de los principales maestros de la Psicología contemporánea de la Conciencia.
Desde hace más de 30 años guía a personas de diferentes procedencias y disciplinas en el uso del poder de la Conciencia para realizar su completud intrínseca y reclamar la sabiduría de su verdadero Ser.
Enseña una filosofía práctica de la Conciencia que modela la forma de integrar la práctica espiritual y la auto-indagación psicológica hacia una transformación concreta y fundamental de la vida de las personas.

Qué es el Mandala del ser?
Es un modelo y un proceso práctico de investigación, de encuesta para comprender como la mente se aleja del presente, como nos desconectamos de nuestro ser esencial.

Conozco como mandalas fomas geométricas que se utilizan para meditar, etc. mandala del ser tiene alguna relación con ésto?Los mandalas son formas de arte sagrado, formas de hacer representaciones del ser, particularmente los procesos en la mente que nos lleva a la realización ó a auto-engaños cargando la ilusión.
La palabra mandala es una palabra antigua en sánscrito que significa "Circulo", que son imágenes muy viejas se encuentran incluso en las cuevas Paleolíticas.

 La esencia del mandala es un circulo con una orientación muy fuerte hacia el centro y con cuatro direcciones básicas. Lo que estoy enseñando es que el centro del mandala es el momento presente, que es donde nosotros vivimos. No hay otra realidad, todas las otras realidades son mentales, estamos siempre en el ahora. Las cuatro otras direcciones son los cuatro únicos lugares donde siento que nos puede llevar la mente sacándonos del momento presente.

Nos lleva, nos saca hacia la realidad psicológica. Estas cuatro direcciones son la mente hacia el pasado, hacia el futuro. Va hacia una identificación con aquello que nosotros llamamos yo, son básicamente creencias o juzgamientos acerca de nosotros mismos, o va en la oposición opuesta al sujeto hacia el objeto que son creencias, historias, juzgamientos acerca de otros, de la vida, de nuestra situación, salud, dinero, esposos, esposas, etc…

Entonces son construcciones mentales y cuando nos identificamos con ellas se convierten en nuestra realidad, en nuestra sensación de ser y cuando volvemos al momento presente, entramos en un nivel de conciencia más profundo y en ese momento somos capaces de poder observar nuestros pensamientos acerca del pasado del futuro de los otros y de nosotros mismos. Empezamos a aprender como romper el agarre que tiene en nosotros el apego de la identificación. Entramos en estados fundamentales y esenciales de conciencia, en la medida que la mente va yendo más en profundo empezamos a tener acceso a la sabiduría intuitiva, una sabiduría sin tiempo, atemporal.

Cómo subimos los niveles de conciencia, nuestros propios niveles de conciencia, en ese mandala que permanentemente se mueve, nos lleva hacia el futuro, hacia el pasado?Es como una brújula que estás tratando de navegar, tienes que saber de dónde empezar, sino la brújula no te sirve. Una brújula ordinaria te enseña dónde está el norte y dónde esta el sur, ésta en cambio te enseña a que siempre empieces desde el ahora y sino estas en el ahora sólo puedes estar en cuatro lugares, esta es una forma radicalmente diferente de acercarse a la terapia radical desde el punto de vista de la psicología antiquísima si pensamos en practicas de conciencia y meditación.              

Dr. Roberto Assagioli - El Desarrollo Transpersonal

 


La expansión de la conciencia:
conquista y exploración de los mundos internos

Actualmente, la humanidad se halla en un grave estado de crisis colectiva e individual. Existe un sentimiento generalizado de insatisfacción, de descontento por la vida ordinaria, y un continuo afán por buscar algo distinto, algo «nuevo». No os preciso insistir sobre este aspecto, ya que resulta de lo más palpable y tiene lugar constantemente ante nuestros ojos. Esta búsqueda de algo nuevo, esta rebelión contra la vida ordinaria, puede darse de dos formas que tienden y llevan ambas a !a expansión de la conciencia.
 
La primera de estas formas lleva a incrementar el conocimiento del mundo exterior, ejemplificado en la exploración, conquista y dominio del espacio por medio de la aviación y de los vuelos espaciales. Paralelamente, también se desarrollan actividades para dominar y utilizar todas las fuerzas de la naturaleza, hasta llegar a la potente energía intra-atómica.
 
La segunda vía de expansión de la conciencia es la del conocimiento del mundo interior o, mejor dicho, de los mundos interiores. De ahí el creciente interés por la psicología (sobre todo por la exploración del inconsciente), por las investigaciones sobre la naturaleza de las energías psicologías,, por las leyes que las regulan, así como por su uso y (¡frecuente!) abuso.
 
Por ello, considero oportuno clarificar algunos puntos que considero fundamentales: puntualizar la situación actual, mostrar las direcciones que toman las investigaciones y los desarrollos en curso, e indicar las vías que se pueden seguir y las técnicas a utilizar. De momento, voy a realizar una exposición panorámica y delinearé un programa. En capítulos sucesivos se desarrollarán estos temas de forma mucho más amplia y específica.
 
La expansión de la conciencia puede darse en tres direcciones:
 
1. Hacia abajo; 2. Horizontalmente; 3. Hacia lo alto.
 
1. En la dirección hacia abajo se tiende a explorar el inconsciente inferior o a dejarlo aflorar en el campo de la conciencia. Este es el objeto de la «psicología de lo profundo» y, en particular, del psicoanálisis. Efectuado adecuadamente, este descenso puede resultar muy útil, tanto por razones prácticas como terapéuticas o educativas. Pero también supone la atracción hacia las regiones inferiores: es la fascinación por el horror, la fascinación que ejercen los aspectos primitivos e instintivos de la naturaleza humana. Ello se refleja claramente por el interés y la difusión de escritos, películas y espectáculos que tratan sobre la violencia y los estados morbosos.

 Lamentablemente, puede llegar a producirse un círculo vicioso, puesto que este interés dirigido hacia lo inferior es alimentado e incluso exacerbado por aquellos que, por motivos e intereses económicos y en su propio beneficio, cultivan estos gustos y siguen ofreciendo lecturas y espectáculos cada vez peores.

La representación del horror también se halla presente en muchos de los cuadros y dibujos de los artistas modernos. Esta atracción por el mal la describió muy bien Erich Fromm en su libro El corazón del hombre. De la fascinación hacia lo «demoníaco» también nos habla Rollo May en El amor y la voluntad, aunque sin distinguir claramente sus distintos niveles.
 
2. Otra dirección hacia la que tiende a expandirse la conciencia puede denominarse horizontal, y consiste en su participación e identificación con otros seres, con la naturaleza y con las cosas. Es la tendencia a huir de la propia autoconciencia personal y a sumergirse en la conciencia colectiva. Recordemos que la conciencia colectiva ha precedido siempre a la conciencia individual. Podemos encontrarla en los seres primitivos, en los niños y también —aunque en menor grado— en varios grupos humanos: en las castas sociales, militares, profesionales, etc.. con las cuales el individuo se identifica.
Los aspectos más positivos de esta ampliación horizontal de la conciencia son: la identificación con la naturaleza en sus diversos aspectos y con la vida cósmica en general, y el sentido de participar de la vida y del devenir universal.
 
3. La tercera dirección es la dirección ascendente, hacia los niveles del superconsciente y los niveles transpersonales. Esta ampliación de la conciencia puede tener lugar de dos formas distintas: la primera consiste en elevar el centro de la conciencia, el yo, hacia esos niveles; y la segunda, en abrirla al influjo de las energías procedentes de los niveles superiores.
 
En ambos casos tiene lugar una creciente interacción entre el yo consciente y los niveles superconscientes. Su aspecto mas elevado es el contacto con el Sí Mismo transpersonal. Recordemos que el yo consciente es un «reflejo» del Sí Mismo, por lo cual es esencialmente de la misma naturaleza aunque esté algo atenuado y «coloreado» por los contenidos del nivel medio de la personalidad. Cuando con ciertos ejercicios (especialmente con los de desidentificación) se consigue eliminar estos contenidos, el yo consciente tiende a remontarse hacia su origen.
 
Las diferentes modalidades y los distintos efectos de la trascendencia, sobre todo en dirección superior, han sido muy bien expuestos por Maslow. En su artículo «Various Meanings of Transcendence» (diferentes significados de la trascendencia), publicado en el Journal of Transpersonal Psychology ¡primavera del año 1969), Maslow distingue treinta y cinco distintas formas o aspectos.
 
A menudo, las diferencias entre estas tres direcciones de expansión de la conciencia no son fácilmente reconocibles y todavía existe una gran confusión al respecto, por lo que resulta muy oportuno subrayarlas. Sin embargo, por ahora vamos a seguir hablando de la dirección hacia lo alto y de la relacióncon los niveles transpersonales y con el superconsciente, particularmente en la modalidad receptiva, es decir, cuando se produce el descenso —que a menudo es una verdadera irrupción— de los contenidos superconscientes al nivel en el que se encuentra normalmente el yo consciente.
 
Este descenso puede tener lugar de dos modos: espontáneo o provocado. La forma más conocida de descenso espontáneo es la inspiración. De este modo los contenidos superconscientes pueden entrar en la consciencia en grados muy diversos: pueden entrar en un grado bastante tosco, casi informe; o pueden hacerlo con cierta elaboración; o en otros casos tienen ya una buena estructuración, con una forma definida o casi.

 Esto es lo que a menudo ocurre con la inspiración musical. Un ejemplo típico es el de Mozart, cuyas composiciones se presentaban en su conciencia ya completas, sin que fuera precisa ninguna elaboración.

 Cuando, en vez de ello, el material llega en un estado tosco, a menudo se expresa verbalmente en un estilo extraño, que no respeta reglas sintácticas o gramaticales. Un ejemplo típico es la literatura surrealista. Pero esta literatura proviene de diversos niveles del inconsciente, incluidos los inferiores.
 
El modo más simple en el que sucede el descenso de los contenidos del superconsciente es la intuición. Esta puede ser parangonada a un relámpago de luz que ilumina momentáneamente, o durante un tiempo más o menos largo, la conciencia de vigilia. La intuición se puede dar en todos los campos, incluidos el filosófico y el científico.

Citaré una hermosa expresión de Einstein sobre la intuición: «La física inductiva plantea preguntas que la física deductiva no está en grado capaz de responder. Tan sólo la intuición, al igual que en la relación que se establece entre dos amantes, es capaz de permitir un conocimiento más allá de cualquier evaluación lógica.
 
Pero, por regla general, los grandes artistas, los grandes escritores y poetas, han utilizado el material aflorado o descendido a su conciencia y lo han elaborado conscientemente.
Un típico ejemplo es el de Dante. Este, respondiendo a Bonagiunta, decía claramente en la Divina Comedia sentirse inspirado:
Y yo a él [le contesté]: Yo soy alguien que cuando
el amor le inspira, anota lo que en su interior
va dictando, y de ese modo lo expresa.
Sus llamadas a las Musas en la Divina Comedia, son en realidad apelaciones simbólicas al superconsciente y al Sí Mismo espiritual. Pero, después, constriñó conscientemente este material inspirado proporcionándole una forma rígida: los tercetos rimados de la Divina Comedia y el número de versos de cada uno de los tres cánticos. Lo expresa con claridad al final del «Purgatorio»:
 
Si yo tuviera, lector, mayor espacio
para escribir, podría cantar en parte
sobre el dulce beber del que no puedo saciarme;
mas puesto que completas están todas las páginas
urdidas en este segundo cántico,
me impide seguir adelante el imperativo del arte.
  
Existen varios métodos para promover o favorecer activamente el descenso de los elementos transpersonales a la conciencia de vigilia.
Uno de los más sencillos, pero también de los más eficaces, es el dibujo libre. El inconsciente se expresa sobre todo mediante símbolos y el dibujo es un método directo para representar tales símbolos.

 Recordemos que las primeras escrituras eran ideográficas, por medio de imágenes concretas. (Todavía podemos encontrarlas en los ideogramas de la escritura china). El alfabeto podría ser considerado como una especie de estenografía, de simplificación de los ideogramas en letras.
El dibujo libre a menudo suele dar sorprendentes resultados, constituyendo un auténtico «mensaje» del superconsciente.

Prueba de su origen es el hecho de que no es raro que la conciencia de vigilia del dibujante no pueda comprender su significado. Es entonces necesaria la ayuda de un experto en estos procesos psicológicos para que lo interprete y se lo revele al sujeto, y normalmente éste acostumbra a reconocer tal interpretación como justa y se da cuenta de que realmente es así, aunque por sí mismo no la hubiera podido alcanzar.
 
Otro método es el de la escritura. Esto parece una cosa simple, obvia, que no presenta grandes problemas, pero es en realidad un proceso psicológico variado y complejo. A menudo suele ocurrir que se empieza escribiendo algo ya pensado de antemano; pero después, poco a poco, van apareciendo nuevas ideas al hilo de las cuales la corriente del pensamiento toma direcciones inesperadas y hace aflorar cosas que maravillan al propio escribiente.

Podría decirse que en estos casos el inconsciente «dirige la mano» del escritor y ¡empieza a escribir por sí solo! Un psicólogo y escritor muy consciente, Hermann Keyserling, describe así este hecho: «Yo, normalmente, no escribo porque sepa hacerlo, sino con el fin de aprender, elevando el conocimiento subconsciente al campo de la visión del consciente».
 
En estos casos, sin embargo, es precisa una verificación y algo de cautela. Desde este tipo de colaboración, en diversa medida, entre el consciente y el inconsciente se puede pasar a un estado de escritura «automática», en la cual el yo consciente participa sólo mínimamente o no participa en absoluto, cayendo en un estado de trance, de hipnosis, mientras la mano escribe. Esto presenta algunos inconvenientes y también verdaderos peligros: es como abrir una puerta por la que no se sabe qué va a entrar.

 Hay una gran cantidad de escritos obtenidos mediante la escritura automática, y su valor es muy diverso. Algunos poseen un valor literario, incluso hay largas novelas. Son, a veces, instrucciones elevadas de carácter espiritual, o advertencias útiles. Pero, en la mayoría de los casos, la calidad de los escritos automáticos es ínfima; se ve claramente que es el inconsciente inferior quien «dirigió la mano».
 
Aquí surge un problema: ¿Acaso el origen de estas manifestaciones no puede ser también extrapersonal, es decir, proceder de una fuente u origen ajenos a la personalidad del escritor? Este es un campo muy oscuro y complejo. Sólo diré que no se puede excluir la existencia de fuentes distintas al inconsciente personal, dado que éste también está en continua interacción ( en «psico-ósmosis», podríamos decir) con el inconsciente colectivo a todos los niveles.

 Por ello resulta muy difícil decir si se trata de algo estrictamente individual o si, por el contrario, algunos influjos provienen del inconsciente colectivo. Esto sucede, repito, a todos los niveles: desde el más bajo hasta el más alto. Por consiguiente, es necesario mostrarse muy cautelosos. En todo caso, la procedencia de los mensajes no tiene nada que ver con su valor intrínseco.
 
El otro tipo de trascendencia superior es la de la exploración activa de los niveles superconscientes, es decir, la elevación voluntaria del yo consciente a niveles cada vez más altos. Existen varios métodos para promover o favorecer estas elevaciones de la consciencia: la plegaria, la meditación y algunos ejercicios específicos. Aquí me limito simplemente a hacer esta alusión, puesto que ya hablaré más adelante sobre los distintos caminos hacia el superconsciente y el Sí Mismo espiritual.

 Tan sólo diré que para todas las formas y fases de la elevación de la conciencia se precisa la utilización de la voluntad. Es necesaria la voluntad para eliminar los obstáculos, mantener el estado de receptividad, favorecer una elevación cada vez más alta, estabilizar la conciencia a niveles superiores y, finalmente, también para liberar y canalizar las energías aprisionadas.
Entre otros ejercicios específicos, se encuentran los del Raja Yoga. Se favorece el ascenso mediante la utilización de una simbología analógica: por ejemplo, la del alpinismo interior del que ya he hablado anteriormente.

 Un método muy fácil y productivo es el de la «imaginación guiada», mediante la cual a menudo afluye un rico material simbólico que, interpretado correctamente por el que dirige el ejercicio, puede producir grandes ampliaciones de la conciencia.
Pasemos a la eliminación de los obstáculos. Estos pueden ser comparados con unas «pesas», como un lastre que obstaculiza la ascensión de la conciencia; o bien con unas «cuerdas», símbolo de las ataduras que nos vinculan a los aspectos ordinarios de la personalidad y que obstaculizan nuestro ascenso. Dichos obstáculos pueden ser de naturaleza física, emotiva, imaginativa, mental, volitiva o ambiental.
 
Particularmente importantes son los de naturaleza volitiva. Con frecuencia, el yo consciente no quiere lanzarse hacia las alturas y opone resistencia. Siente miedo hacia lo desconocido, hacia las alturas vislumbradas. El Doctor Frank Haronian, con gran acierto, describió esta resistencia como un «rehusar lo sublime», y describió sus efectos en un artículo con este mismo título.

 No es raro que ello pueda ser consecuencia del presentimiento de que algunas realizaciones espirituales son comprometedoras y suponen responsabilidades que el yo egotista y egocéntrico rehuye. De este modo, se inicia una verdadera lucha entre el yo personal y el Sí Mismo espiritual. Algunos místicos la han descrito con gran eficacia; entre ellos y de forma particularmente dramática, San Pablo y San Agustín.
 
Muy a menudo, existen también grandes obstáculos debidos al ambiente, tanto al más directo y constituido por la familia como al ambiente social y general. Estamos inmersos en una atmósfera psíquica densa y cargada, agitada y opresiva, que podríamos calificar como de verdadera polución psíquica. Pero no debemos utilizar esto como justificación.

Existe una acusada tendencia a echar todas las culpas a las estructuras sociales y a nuestra actual forma de vivir materialista, diciendo que de ellas resulta nuestra imposibilidad de realización espiritual. Pero esto no es justo. Si así lo queremos, podemos elevarnos por encima de todos estos obstáculos.

 Aquí es donde se revela claramente la función insustituible de la voluntad. No hay que echar toda la culpa sobre los influjos externos, sino que debemos resistirnos a ellos; y no combatiéndolos directamente, sino protegiéndonos y evadiéndolos.
 
Los modos de expandir la conciencia hacia lo alto son muy diversos y están relacionados con los distintos tipos psicológicos y con las diferentes constituciones individuales. Se pueden destacar siete vías principales. Debo añadir sucintamente que estas vías no están separadas, sino que en realidad a menudo se solapan en parte, por lo que un individuo puede seguir más de una al mismo tiempo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que son distintas unas de otras por lo cual en principio y para mayor claridad, procede describirlas y conocerlas por separado para pasar después a sus posibles combinaciones.
Estas son:
 
1. La Vía Científica
2. La Vía Iluminativa
3. La Vía Ético-regenerativa
4 La Vía Estética
5. La Vía Mística
6. La Vía Heroica
7. La Vía Ritual.
Examinemos ahora los efectos que producen sobre la personalidad las ampliaciones de la conciencia. Es bueno tener en cuenta que estos efectos pueden resultar dañinos, incluso en aquellos casos en que la ampliación de la conciencia se produce hacia lo alto.

De hecho, las irrupciones, algunas veces de improviso e incluso violentas, de los contenidos del inconsciente en una conciencia insuficientemente preparada o todavía inestable, pueden crear desequilibrios. Ante todo pueden producir exaltación: la personalidad se siente plena de una nueva fuerza y toma conciencia de la potencialidad superior inherente al superconsciente y al Sí Mismo espiritual.

 Darse cuenta del Sí Mismo espiritual, que participa esencialmente de la misma naturaleza que la Realidad suprema, de la divinidad, puede producir un sentimiento de exaltación de la personalidad. Esta se ilusiona entonces con ser eso mismo al nivel superior y ser ya, antes del necesario y largo proceso de transmutación y de regeneración, aquello que ha percibido y de lo que ha tomado conciencia en ese momento de iluminación.
Una expresión extrema de esta exaltación es la afirmación: «Yo soy Dios». Tal ilusión y error fundamental debe ser considerado como una confusión entre lo que es potencial y lo que es actual. Sería como si una bellota, al tener una iluminación sobre aquello en lo que puede devenir, o sea , una gran encina, dijera: «Yo soy una encina».

 Potencialmente, en su interior, posee todo lo necesario para llegar a serlo, pero actualmente no lo es y es preciso todo un largo proceso de germinación, de desarrollo y de asimilación de los elementos que provienen de la tierra, del agua, del aire y del sol. Lo mismo sucede con el ser humano que, después de haber experimentado un vivo conocimiento de aquello que puede llegar a ser, de aquello que está latente en él, debe entonces darse cuenta —al retornar, como es inevitable, al nivel de la conciencia ordinaria— de toda la larga, compleja y también penosa obra que supone pasar de lo potencial a lo actual, y ponerse manos a la obra para desarrollar dicha potencialidad.
 
Otros efectos son los de una excesiva tensión nerviosa y psíquica producida por las energías que irrumpen, y también por los conflictos que surgen entre los contenidos medios e inferiores —tanto conscientes como inconscientes— y las nuevas energías.
Pero más importantes son los efectos positivos que generalmente se derivan de las expansiones de la conciencia en dirección superior. Pueden producirse diferentes efectos temporales, y tener una duración más o menos larga.
 
Los primeros son aquellos que, en su conjunto, podemos denominar «estados extáticos»: vividas iluminaciones, comunión con la más vasta Realidad, contemplación de aquello que existe en los mundos superiores y expansiones horizontales en sentido cósmico.

Estos estados llevan aparejados un gran gozo, un sentimiento de capacidad, de amor, de unión, de acrecentada comprensión, y suscitan impulsos de abnegación y de consagración a la Realidad o al Ser superior con el que se ha entrado en contacto. Desde el punto de vista de la voluntad, tiene lugar una especie de fusión, de unificación entre la voluntad personal y la voluntad transpersonal.
Pero éstas son experiencias temporales, raramente duraderas, no tanto por el posterior descenso al nivel ordinario, sino por los estados de conciencia negativos.

 Esto resulta muy penoso y suscita una intensa añoranza del precedente estado de conciencia, tan bello y gozoso. Ello empuja a intentar repetir esas mismas experiencias, denominadas por Maslow con la oportuna y eficaz expresión de «experiencias cumbre». Pero estas experiencias son como volar en avión hasta la cima de una montaña: el avión no puede detenerse y regresa a la llanura. Sin embargo, la repetición de estos vuelos, la gradual ampliación de la conciencia de vigilia y su contacto con los contenidos superiores hacen que poco a poco vaya elevándose el nivel general de la personalidad.

 Esta consigue permanecer durante períodos cada vez más largos en aquello que un hindú moderno, el doctor Asrani, que ha pasado por experiencias similares y las ha descrito de forma admirable, ha calificado de «altiplanos», expresión posteriormente retomada y desarrollada por Maslow.
Después están los efectos que podríamos llamar activos o de extraversión, que podemos englobar bajo el término «creatividad».

 Esta puede ser artística, poética, literaria o incluso científica y filosófica, en relación con los diversos medios de expresión del ser humano.
Veamos ahora cuáles son las competencias psicosintéticas, es decir, aquello que podría y debería hacer la personalidad, el yo consciente, después de las ampliaciones y expansiones de la conciencia.
Podemos resumirlos brevemente así:
 
I. Comprender e interpretar rectamente cuanto haya sucedido, evitando así la exaltación y la «inflación» del Yo, interpretando imparcialmente eso que ha sucedido. Para hacer esto, es muy importante tomar en consideración las experiencias de los demás y estudiar la vida y los escritos de la «tropa de testimoniantes» que han realizado la expansión de la conciencia.
 
II. Asimilar e integrar en la personalidad consciente los nuevos contenidos que han venido a enriquecerla, aunque también a complicarla. Esta asimilación debe conducir a un equilibrio entre los elementos de cada naturaleza y nivel: a la psicosíntesis individual.
Para conseguir tal integración y síntesis, así como para poder utilizar las energías afloradas anteriormente mencionadas, será necesario:
1. La desintegración de las estructuras y la organización preexistentes.
2. La transmutación y transformación de las energías inferiores. Una completa regeneración de la personalidad.
III. En su conjunto, se puede calificar como de un proceso de «muerte y resurrección», que es el cometido específico de una de las vías principales: la «Ético-Regenerativa».
Después de todo ello —pero, en la práctica, también durante el proceso de asimilación y regeneración— viene el aprovechamiento y la utilización de las nuevas energías y capacidades adquiridas mediante la ampliación y la elevación de la conciencia.
Esta utilización puede hacerse de dos modos: a través de la acción interna y a través de la acción externa.
 
 
La acción interna consiste sobre todo en la irradiación. De la personalidad emanan o se irradian energías, al igual que una fuente luminosa difunde por el ambiente sus luminosos rayos. Tal irradiación sucede espontáneamente, diríamos que de modo inevitable, lo cual explica la acción que ejerce la mera presencia de alguien que haya alcanzado la realización transpersonal sobre las personas con las que contacta. Ello ha sido constatado y descrito en múltiples ocasiones y podríamos calificarlo de una forma de «catálisis psicoespiritual».
 
Pero también existe la irradiación voluntaria, la acción deliberada de emanar energía o vibraciones benéficas. Esta forma podríamos calificarla de «telepatía psicoespiritual», que consiste no tanto en enviar contenidos específicos sino, y sobre todo, en una acción general con voluntad de hacer el bien, como una bendición. Esta forma era usada —y todavía lo es— en el ámbito religioso, pero puede utilizarse de cualquier otro modo, cualesquiera que fueren las convicciones filosóficas o religiosas de cada cual. Estudios recientes sobre la telepatía y la telekinesis prestan una base científica a esta acción.
 
El otro tipo de acción es la externa. Quien ha tenido elevaciones de la conciencia en un sentido superior se siente naturalmente, diríase que irresistiblemente, impelido a hacer participes a los demás de la propia riqueza interna. Es una actividad que se puede llamar de «servicio». Este servicio se puede prestar de diversas maneras, a tenor de las actitudes e intereses individuales. La más directa consiste en ayudar a los demás a obtener la ampliación y elevación de la conciencia, lo cual puede llevarse a cabo individualmente o en grupo.
 
Otra acción posible es de carácter social y está encaminada a cambiar las condiciones y las estructuras existentes en lo que tengan de inadecuado y de constrictivo, y —sobre todo— a crear nuevas formas de asociación, de educación, de arte, de cultura. Los que así actúan son los pioneros de una nueva y mejor civilización a escala planetaria.
 
Fuente: Lo sviluppo transpersonale, Astrolabio, Roma 1988.
TRADUCCIÓN: Jorge Viñes Roig

martedì 12 febbraio 2013

El problema de la mitad de la vida en C. G. Jung - Anselmo Grün

 LA MITAD DE LA VIDA COMO TAREA ESPIRITUAL
LA CRISIS DE LOS 40-50 AÑOS
  Un enfoque psicológico 

C. G. Jung enfoca el problema de la mitad de la vida desde otros supuestos que los del místico y predicador Tauler. Jung es psicólogo y como tal se limita a los métodos de la ciencia empírica. Deja a los teólogos extraer las conclusiones filosóficas y teológicas. Sin embargo, la religión es un fenómeno que el psicólogo encuentra continuamente en sus pacientes. No se puede investigar la psique del hombre sin tener en cuenta los intentos de dar una respuesta a la pregunta por el sentido mediante los sistemas e imágenes religiosos.

Jung considera el sentido dado por la experiencia religiosa, como científico de la naturaleza, solamente desde el punto de vista de la contribución de tales experiencias a la salud del alma humana.
Como científico, no puede afirmar si detrás de las imágenes religiosas hay una realidad transcendente. Como hombre, sin embargo, ha tenido frecuente contacto con esa realidad.
Con todo, es llamativo que Jung desde la psicología haya llegado a resultados semejantes a los de Tauler. Esto significa que el camino religioso correctamente entendido, también es entendido correctamente desde el punto de vista psicológico. La Psicología pone en nuestras manos criterios para distinguir dentro de la práctica religiosa las formas falsas de las sanas aunque no puede ciertamente presumir de ser la norma del camino religioso.

Sin embargo, toda religión tiene, por lo menos, que plantearse la cuestión psicológica:
¿Hasta que punto la religión con sus dogmas y su práctica hacen a un hombre sano o enfermo? Pues en último término, la religión se entiende como un camino que quiere conducir a la salud (salvación), pero no solamente a una salvación transcendental sino a una salvación humana.
Siguiendo a Sigmund Freud, la Psicología se ha concentrado casi exclusivamente en la fase infantil del hombre. Se han estudiado rigurosamente las fases del desarrollo de la niñez y la juventud. Cuando en la vida de un adulto aparecen crisis o síntomas neuróticos se explora su niñez para poder aclarar y curar la situación presente. El interés de la Psicología clásica por el desarrollo humano termina con la transición de la pubertad y la adolescencia, entre los 17 a 18 años.
Precisamente con C. G. Jung (1875-1961) se cambia la perspectiva de la Psicología. Así como Freud es el psicólogo de la primera mitad de la vida
se puede decir con toda razón que Jung lo es de la segunda mitad. Para él no hay que retrotraer los problemas del adulto a la niñez sino encontrar caminos para ayudarle aquí y ahora. Este cambio de orientación es algo más que una variante de la dimensión temporal.
Se trata de una problemática cualitativamente distinta.
Freud ve en los conflictos neuróticos del hombre exclusivamente problemas de pulsiones y estos aparecen en la mayoría de los casos en la infancia. Jung, por el contrario, comprueba en sus consultas que la mayoría de los problemas del hombre que ha pasado los treinta y cinco años son de naturaleza religiosa.

1. El proceso de la individuación
Si queremos comprender las observaciones de C. G. Jung sobre los problemas de la mitad de la vida tenemos que acercarnos a lo que Jung entiende por desarrollo humano, por proceso de individuación.
Para Jung individuación es aquel proceso que «produce un individuo psicológico, es decir, una unidad independiente e indivisible, un todo». Este proceso tiene dos grandes fases: la de la expansión en la primera mitad de la vida y la de la introversión en la segunda.
YO/QUE-ES: En la primera parte de la vida sucede que el niño, que todavía vive del todo en el inconsciente, se va apartando más y más de ese inconsciente y va formando un Yo consciente. Por Yo entiende Jung el núcleo consciente de la persona, el centro de su obrar y juzgar. El hombre debe, en la primera mitad de su vida, fortalecer cada vez más su Yo, debe encontrar en el mundo su sitio y poder afirmarse. Para ello desarrolla una «persona», un rostro que se amolda a las expectativas del entorno, es decir, una «máscara» que le protege, con sus sentimientos y estados de ánimo, de estar a merced de los hombres. A la «persona» le incumbe la relación del Yo con el entorno. Dado que el hombre en la primera mitad de la vida se cuida de fortalecer su Yo y construir una persona
firme, descuida otras dimensiones. Como consecuencia de esto sale a la luz la sombra, por decirlo así, la imagen reflejada del Yo, compuesta «por los rasgos del hombre en parte reprimidos, en parte no vividos del todo que desde el principio fueron en gran parte excluidos por motivos morales, sociales, educativos o de otro tipo y por eso cayeron en la represión, es decir, en la disociación».

CONCIENCIA/FUNCIONES: La sombra no pertenece, por tanto, simplemente a la parte oscura y negativa sino también a la positiva. El ser humano es polar: cada polo tiene su contrapolo. Cuanto el hombre sube un polo a la conciencia, el otro queda en el inconsciente. Cada cualidad tiene su opuesta. Cuando más cultiva el hombre una cualidad, su contraria actúa más fuertemente en el inconsciente. Esto no es valedero sólo para las virtudes sino para las cuatro funciones de la conciencia que distingue Jung: pensar, sentir, intuir y experimentar. Si el hombre cultiva unilateralmente sus funciones de inteligencia, el inconsciente se inunda de pulsiones infantiles del sentimiento (por ejemplo, el sentimentalismo). La mayor parte de las veces son proyectadas las propiedades, y los modelos de comportamiento que subyacen en la sombra, en otras personas, sobre todo del tipo contrario (el contratipo). Esta proyección que impide el desarrollo de la sombra a la consciencia, frecuentemente es causa de tensiones entre personas.
Junto a la sombra personal, el hombre tiene en si mismo una sombra colectiva en la que está incluido todo lo malo y oscuro de la historia de la humanidad. La sombra colectiva es una parte del inconsciente colectivo en el que se acumulan las experiencias de la humanidad y que encuentran su expresión en los mitos, arquetipos y símbolos de la religión. Al inconsciente colectivo pertenece también el anima y el animus, símbolos de lo masculino y lo femenino, lo maternal y lo paternal.
Autoafirmacion: En la primera mitad de la vida, el hombre está tan ocupado con la autoafirmación que se identifica con su yo consciente. El inconsciente lanza en la sombra al anima sin sufrir graves daños. Pero esto cambia en la segunda mitad de la vida en que el hombre debe integrar en sÍ mismo su anima o su animus para que de esta manera retraiga sus proyecciones y se abra a su propio inconsciente haciendo conscientes los depósitos y cualidades allí escondidos. El Yo debe volverse a su origen, hacia el «sí mismo» (Selbst) y
ganar desde él nuevas fuerzas vitales. El desarrollo del sí mismo es el objetivo de la individuación. El «si mismo» (das Selbst) lo define Jung «como la totalidad psíquica del hombre». Mientras el Yo es sólo lo consciente, la sombra es lo inconsciente. El «si mismo» (das Selbst) comprende ambos: lo consciente y lo inconsciente. El hombre debe desarrollarse desde el Yo al «si mismo». Esto sucede en la medida en que cada vez más lo inconsciente se haga consciente, y se integre.

2. Problemas de la mitad de la vida

La mitad de la vida, entre los 35 y los 45 años aproximadamente, señala aquel punto de cambio en el que el desarrollo del Yo se tiene que transformar en la maduración del «si mismo» (Selbst). El problema fundamental de este cambio consiste en que el hombre cree que puede dirigir esta segunda mitad de la vida con los medios y principios de la primera.
La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina el mundo. Al mediodía alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer.
La tarde es tan importante como la mañana. Sin embargo, sus leyes son distintas. Para el hombre esto significa el reconocimiento de la curva vital que desde su mitad ha de ajustar a la realidad interior en lugar de a la realidad exterior. Ahora se exige la reducción a lo esencial, el camino hacia lo interior, la introversión en lugar de la expansión. «Lo que la juventud encontró, y debía encontrarlo, fuera, el hombre de la tarde lo debe encontrar en el
interior.» Los problemas con que se tropieza el hombre en la mitad de su vida dependen de la tarea que la segunda mitad de la vida le exige y en los que tiene que empeñarse:

relativización de su persona.
aceptación de la sombra,
integración del anima y del animus
desarrollo del si mismo en la aceptación de la muerte y en el encuentro con Dios.

Relativización de la persona
Ha costado mucho esfuerzo lograr durante la juventud y como joven adulto un puesto en la vida. La lucha exige una persona fuerte que permita afirmarse en el mundo. La afirmación de la persona se hizo a costa de una represión del inconsciente. Ahora, en la mitad de la vida brota el inconsciente y con ello el hombre entra en inseguridad. Su instalación consciente se rompe, queda desorientado y pierde el equilibrio. La pérdida del equilibrio para Jung es algo útil que exige un nuevo equilibrio en el que también alcanza su sitio correspondiente el inconsciente.
Ciertamente que el hundimiento de la instalación consciente puede llevar a la catástrofe.
Una reacción frecuente para defenderse de la inseguridad es aferrarse crispadamente a su persona, a la identidad sin humor, a la profesión, a las ocupaciones, a un «titulo». Jung cree que esa identificación con la profesión o el titulo tiene «algo de seductor y por ello tantos hombres no son, en el fondo, nada más que la dignidad que les ha concedido la sociedad. Seria inútil buscarles una personalidad detrás de la cáscara. Detrás de grandes apariencias representativas no son otra cosa que un hombrecillo digno de lástima. Por eso es la profesión tan seductora: porque representa una compensación barata a una personalidad deficiente.»

El hombre que se encuentra en la mitad de la vida deberá, en lugar de estar como hasta entonces a la escucha de la expectativas del mundo, prestar su oído a la voz interior y poner manos a la obra del desarrollo de su personalidad interior.

Aceptación de la sombra.
El problema de la contradicción

Jung considera el todo de la vida humana como un conjunto de
contradicciones, contrastes o polaridades. Frente al consciente está el inconsciente, frente a la luz, la sombra, frente al animus el anima. La contradicción o polaridad es esencial al hombre. No llega el hombre a su plenitud, es decir no se desarrolla hasta el «sí mismo», si no consigue integrar las contradicciones en lugar de eliminarlas. La primera mitad de la vida
acentúa unilateralmente el consciente con la afirmación del Yo. La inteligencia se creó ideales a los que siguió. Esos ideales tienen su contrapartida en los opuestos depositados en el inconsciente. Cuanto más esfuerzos se hacen por excluir lo reprimido tanto más aparece en los sueños. Del mismo modo, los modelos de comportamiento que el hombre vive conscientemente tienen sus actitudes contrarias en el inconsciente.
La mitad de la vida exige volverse ahora también a los polos contrarios, aceptar la sombra no vivida y confrontarse.Nos encontramos con dos comportamientos defectuosos en la mitad de la vida: Uno consiste en no ver el contrario de la actitud consciente. Es el aferramiento a los antiguos valores, la caballeresca defensa de principios, el ser laudator temporis acti... De ahí viene la obstinación, el endurecimiento y la limitación. Seguir a la letra una conducta prescrita es el sucedáneo de un cambio espiritual. En último término lo que produce el endurecimiento es el miedo al problema de la contradicción y polaridad. Se
tiene miedo del hermano molesto (el contrario reprimido) y no se le quiere reconocer. No puede haber más que una sola verdad y pauta de comportamiento, pues de lo contrario no se tiene ninguna defensa contra la ruina que amenaza y es no solamente rastreada en la propia persona sino en todas partes.
La otra reacción ante el problema de la contradicción es el echar por la borda los valores que hasta el momento de la crisis tuvieron vigencia. En el momento que aparecen como error las convicciones presentes, falsedad en vez de verdad, odio donde había amor, se abandonan los ideales vigentes y se intenta seguir viviendo en contradicción con el anterior Yo.

«Cambios de profesión, separaciones, mutaciones religiosas, apostasías de todo tipo son los síntomas de este movimiento pendular hacia lo contrario.»

Se cree que por fin se puede vivir lo reprimido. Pero en lugar de integrarlo se cae victima de lo no vivido y se reprime lo hasta entonces vivido. Así permanece la represión y solamente cambia de objeto. Con la represión continúa la perturbación del equilibrio. Se sucumbe al error pues un valor opuesto ha abolido el valor que hasta entonces tuvo vigencia. Pero ningún valor ni ninguna verdad de nuestra vida se puede negar sin más con su contrario sino que más bien son correlativos.

«Todo lo humano es relativo porque todo descansa en la interior contradicción o polaridad.» La inclinación a negar los antiguos valores en favor de sus contrarios es tan exagerada como la anterior unilateralidad cuando ante ideales limpios no se tenia en cuenta la fantasía inconsciente que planteaba la cuestión. En la segunda mitad de la vida se trata «no de una conversión a lo contrario sino del mantenimiento de los valores antiguos a la vez que se reconocen sus contrarios».

Integración del anima y del animus
El problema de la oposición se manifiesta en el cambio de la edad en que el varón y la mujer toman los rasgos del otro sexo.

«Especialmente en los países meridionales se constata que en mujeres de edad,
aparecen notas masculinas como voz ruda y grave, bigote o rasgos del rostro duros. Y a su vez se dulcifica el aire físico masculino con rasgos femeninos como adiposis y expresiones blandas del rostro.»

Jung cree, así parece, que lo masculino y lo femenino es como una reserva determinada de sustancias. El varón consume en la primera mitad de su vida la mayor parte de su potencial varonil de tal modo que le queda luego casi solamente sustancia femenina.
Esto se pone de manifiesto en el cambio psíquico del varón y de la mujer en la mitad de la vida:

«¡Cuántas veces sucede, por ejemplo, que el varón entre los cuarenta y cinco y
cincuenta años ha perdido sus cualidades de organización y que la mujer se pone los pantalones y abre una tiendecita en la que quizá el varón presta servicios menores. Hay muchas mujeres que despiertan después de los cuarenta años a la conciencia social en general.
En la moderna vida de negocios, especialmente en América, se da muy frecuentemente el caso del «break down», el hundimiento nervioso después de los cuarenta años. Si se investiga cuidadosamente a las victimas se puede apreciar que lo que se ha hundido es el hasta entonces estilo masculino y ha quedado un varón afeminado. Por otra parte se observa en mujeres del mismo circulo cómo desarrollan en estos años una masculinidad no común y una firmeza de inteligencia que dejan al corazón y los sentimientos en segundo
plano. Muy corrientemente estas mutaciones van acompañadas de catástrofes
matrimoniales de todo tipo pues no es muy difícil imaginarse lo que sucede cuando el varón descubre sus sentimientos tiernos y la mujer su inteligencia.»

ANIMA-ANIMUS/QUE-SON: Jung llama a los rasgos, propiedades y principios femeninos y masculinos anima y animus. Toda persona lleva en si ambos. En la primera mitad de la vida desarrolla más sólo una parte mientras que la otra queda reprimida en el inconsciente. Si el varón acentúa sólo su masculinidad, el anima se retira al inconsciente y se manifiesta en caprichos y afectos vehementes.

«El anima reprimida refuerza, exagera, falsea y mitologiza todas las relaciones
emocionales con la profesión y con las personas de ambos sexos.»

Entre las mujeres, el animus reprimido se manifiesta en opiniones tenaces. Estas opiniones descansan sobre presupuestos inconscientes y por eso no se dejan conmover.
Son principios intocables, opiniones incuestionables.

«En las mujeres intelectuales el animus proporciona argumentos y razones intelectuales y criticas que esencialmente consisten en convertir un punto secundario y débil en absurda cuestión capital. También una discusión clara en sí se convierte en embrollo sin salida por traer a colación un extraño y, a ser posible, sesgado punto de vista. Tales mujeres, sin saberlo, consiguen con ello enojar a los varones con lo cual arruinan tanto al anima como al animus.»

PROYECCIÓN Si el varón no admite sus rasgos femeninos como son sus sentimientos, lo creativo y delicado, entonces los proyecta en las mujeres y así le fascinan. La proyección produce siempre fascinación. Así el enamoramiento de los jóvenes que va acompañado de tan fuertes emociones está siempre unido a la proyección.
En la segunda mitad de la vida se le pide al hombre que abandone la proyección. Debe confesarse y decirse que todo lo que a él le atrae de la mujer lo lleva en si mismo. Esta confesión no es fácil para un varón celoso de su varonía. Jung piensa que se necesita gran fuerza y penosa sinceridad consigo mismo «para reconocer las sombras, aquí me refiero al trozo gemelo, y que el varón acepte el anima, por otra parte trozo maestro. No muchos lo logran».
Jung indica diversos caminos para la confrontación con el anima. El primer paso está en que yo no reprima mis humores, afectos y emociones ni esquivándolos con una ocupación ni desvalorizándolos, ni excusándolos como si fuesen debilidades. Debo considerar atentamente este «mecanismo de rechazo y desvaloración» y tomar en serio las manifestaciones del inconsciente en los humores y afectos. Debo comenzar un diálogo con los humores. Debo dar ocasión así al inconsciente a expresarse y a subir a la consciencia.
En la medida en que yo pregunte a los afectos lo que me dicen y adónde me quieren señalar los deseos y proyectos, en esa medida consiento en darle la palabra al anima.Esta conversación con los propios sentimientos y estados de ánimo y en ellos con el propio inconsciente es para Jung una técnica importante para la educación del anima.
Otros caminos son el desarrollo consciente de las fuerzas del sentimiento, de la sensibilidad artística que todo el mundo tiene.
Lo inconsciente que se le aparece al hombre en su anima no carece de peligros. Puede no sólo !levar inseguridad a lo experimentado en el mundo consciente sino también pasar la cuenta y enredar. Por eso el hombre necesita de protección para poder encontrar a su inconsciente de un modo que le sea útil. Esta defensa, según Jung, se la ofrece la religión con sus símbolos.

La religión recoge lo intuitivo y lo creador del anima y es para el hombre
como una madre que le da la vida, como una fuente abundante de la que puede beber y le mantiene vivo y creador.
La religión proporciona al varón el cobijo que busca junto a su madre, pero le libra a la vez del lazo infantiloide con ella. Cuando el hombre queda unido a su madre, según Jung, y entregado a sus afectos corre peligro su salud psíquica.
El lazo con la madre es frecuentemente inconsciente y se manifiesta en la proyección de su anima en la mujer que para él toma el papel de madre. Ciertamente el varón en la mitad de su vida, cuando brota el inconsciente con toda su imprevisiblidad, busca defensa y cobijo. La angustia ante lo desconocido del inconsciente le hace buscar protección en la mujer. Y esta angustia presta a la mujer un poder ilegítimo que satisface seductoramente su instinto de posesión.
La religión es para Jung un medio eficaz para experimentar en si mismo la fecundidad del anima y proteger de la fascinación a la que puede llevar la proyección de la propia anima hacia mujeres concretas. Al mismo tiempo, la religión hace experimentar al hombre las fuerzas fecundas y creadoras del anima, que son necesarias para su vivacidad. Pues sin las fuerzas del anima, el hombre pierde vivacidad, flexibilidad y humanidad:

«Aparece por regla general endurecimiento precoz cuando no frialdad, actitudes
estereotipadas, unilateralidad fanática, amor propio, espíritu de «cruzada» o lo contrario: resignación, cansancio, negligencia, irresponsabilidad y finalmente un «ramollissement» pueril con inclinación al alcohol.»

Lo que el varón tiene que aprender a hacer con su anima, la mujer lo tiene que aprender a hacer con su animus. Debería usar el animus como puerta de entrada a su propio inconsciente y como posibilidad para aprender a conocer mejor su inconsciente. Cuando sus opiniones no sean sólidas ni se basen en convicciones firmes, la mujer deberla investigarlas críticamente y averiguar su procedencia. Así es como podrá descubrir los presupuestos inconscientes de sus opiniones, aparentemente fundados en la razón. De este modo, el animus se convierte en puente hacia el inconsciente en el que se encuentran las fuerzas creadoras que son necesarias para alcanzar el «si mismo» (Selbst).
En lo que se refiere a la integración del animus la religión tiene una función distinta en la mujer que en el varón. Para la mujer las exigencias ascéticas y morales son importantes para salir desde su ser maternal, cobijante y protector y llegar al empeño práctico y a la responsabilidad. El animus tiene que conformar al anima, el espíritu exigente del padre ha de fecundar al anima. La religión puede prestar al anima forma y figura en las que la vida de la mujer pueda desarrollarse y crecer.

Por otra parte, la comunidad es una ayuda para la integración del anima y
el animus. La comunidad puede tanto ofrecer como exigir y configurar el cobijo. El que se cierra a la comunidad se separa del torrente de la vida. Jung ve el encubrimiento de los afectos y su desvaloración como causa del cerrarse a la comunidad. Por ello la soledad y el aislamiento no son en última instancia un problema de falta de capacidad de contacto sino una cuestión de humildad. Quien es demasiado orgulloso para abrirse a sus prójimos se aísla. El que es lo suficientemente modesto nunca se queda solo. Quien ha construido hacia afuera su persona se deja alcanzar continuamente por las preguntas planteadas por
el anima y el animus. El que se plantea sinceramente sus propias contraposiciones y examina sin cesar sus estados de ánimo y sus opiniones siendo lo suficientemente modesto como para abrirse al otro, tendrá en la comunidad una ayuda eficaz para integrar el anima y el animus y alcanzar anímicamente el equilibrio.

Desarrollo del «si mismo» (Selbst)
en la aceptación de la muerte
y en el encuentro con Dios

El verdadero problema ante el que el hombre se enfrenta en la mitad de su vida es, en última instancia, su actitud ante la muerte. La curva psíquica de la vida en su declinar marcha hacia la muerte. Sólo cuando el hombre cree en la supervivencia después de la muerte, el final de su vida terrena, la muerte, es un objetivo razonable. Sólo entonces tiene sentido la segunda mitad de la vida en si misma y también es una tarea.
Para Jung, sobrevivir tras la muerte no es un asunto de fe sino de la realidad psíquica.
El alma encuentra razonable el hecho de la muerte. En la medida en que se dispone a ello permanece sana.
En la mitad de la vida, el hombre tiene que familiarizarse con su muerte. Tiene que hacer consciente el descenso de la curva biológica de su vida para dejar ascender su linea psicológica en dirección a su individuación.
Jung afirma: «A partir de la mitad de la vida permanece solamente vivo aquel que quiere morir con la vida.» La angustia ante la muerte la ve Jung en relación con la angustia ante la vida:

«Así como hay un gran número de hombres jóvenes que, en el fondo, tienen un
angustioso pánico ante la vida y que, sin embargo, la desean vivamente, hay también muchos hombres mayores que sufren el mismo temor ante la muerte. Tengo la experiencia de que jóvenes que temían a la vida sufren más tarde angustia hacia la muerte. Si siendo jóvenes, presentan resistencias pueriles ante las exigencias normales de la vida, cuando sean viejos tendrán angustia ante una de las normales exigencias de la vida. Si se está tan convencido de que la muerte es simplemente el final de una carrera, que es una regla sin excepción se comprenderá la muerte como la meta y el cumplimiento, como se hace sin
más con los objetivos y perspectivas de la vida juvenil ascendente.»

La vida tiene una meta. En la juventud esa meta consiste en que el hombre se
establezca en el mundo y alcance algo. Con el paso a la segunda mitad de la vida el objetivo cambia. No está ya en la cumbre sino en el valle donde comenzó la ascensión; ahora se trata de ir hacia ese objetivo. E! que no hace esto, el que se agarra crispado a su vida, pierde la relación de su curva vital psicológica y biológica. «Su conciencia está en el aire mientras que en el interior la parábola desciende cada vez con más velocidad». La angustia ante la muerte es finalmente un «no querer vivir». Pues vivir, permanecer vivo,
sólo puede realizarlo quien acepta la ley de la vida que se dirige hacia la muerte como a su meta.
En lugar de mirar hacia adelante, a la meta de la muerte, muchos miran hacia atrás, al pasado. Mientras deploramos que un hombre de treinta años mire nostálgicamente a su infancia y permanezca pueril, la sociedad actual admira a
hombres viejos que tienen aspecto juvenil y se comportan como jóvenes. Jung llama a estas actitudes:

«Descalabros psicológicos de la naturaleza, perversos e incongruentes. Un joven que no lucha y vence ha derrochado lo mejor de su juventud y un viejo que ante el misterio de los arroyos que descienden sonoros de la cumbre no sabe escuchar es un sinsentido, una momia espiritual, no es nada más que un pasado anquilosado. Permanece fuera de su vida repitiendo maquinalmente hasta la más superficial de las vulgaridades. ¡Qué clase de cultura es la que necesita tales fantasmas!»

Un signo típico de la angustia ante el futuro en el viejo es el aferrarse al tiempo de la juventud.
Jung pregunta:

«¿Quién no conoce a esos conmovedores hombres mayores que evocan
constantemente sus tiempos de estudiantes y que solamente en esa memoria de sus heroicos tiempos homéricos pueden encender la llama de la vida, pero que por lo demás están acartonados en un filisteismo sin esperanza?»

En lugar de prepararse para la vejez se vuelven a la eterna juventud que, según Jung es «un lamentable sucedáneo de «la iluminación del si mismo» exigencia de la segunda mitad de la vida.
Los hombres de hoy no se preparan en la primera mitad de su vida para lo que les espera en esta etapa segunda. Según Jung la causa es que tenemos escuelas para jóvenes, pero no para cuarentones donde les deberían enseñar a afrontar la segunda mitad de la vida. Desde antiguo las escuelas eran las religiones que preparaban a los hombres para el misterio de la segunda mitad de la vida.
Jung no tiene ahora otra escuela que ofrecer que las religiones porque conducen por encima de la autoafirmación a un ámbito en el que el hombre verdaderamente llega a ser hombre.
Según Jung el hombre solamente puede desarrollar su «sí
mismo» cuando experimenta en si lo divino. La idea de Dios en nosotros, como dice San Pablo: «No vivo yo, sino Cristo es el que vive en mi» expresa, para Jung, la experiencia del hombre que se ha encontrado a si mismo. La mitad de la vida es la ocasión para dejar el pequeño yo y abandonarse en Dios. Quien rehúsa la entrega a Dios no encuentra su propia totalidad y en último término tampoco su salud anímica. Así, para muchos hombres el problema verdadero de la segunda mitad de la vida es una cuestión religiosa.

Dice Jung:

«De entre todos mis pacientes que habían pasado la mitad de la vida, es decir, de más de treinta y cinco años, no había ninguno en que el problema decisivo no fuera su actitud religiosa. Ciertamente todo el mundo se pone enfermo por lo que ha perdido y esto es lo que las religiones vivas han dado en todos los tiempos a sus creyentes. Por otra parte, nadie se cura de verdad si no logra recuperar su actitud religiosa, asunto que naturalmente no tiene nada que ver con una confesión determinada o la pertenencia a una iglesia.»
Para el encuentro con la imagen de Dios, necesaria para la salud psíquica, Jung ofrece al hombre los mismos medios y métodos que los autores espirituales. Habla de sacrificio por el que el hombre se entrega a Dios y en el que ofrece algo de su Yo para ganarse a sí mismo. La introversión que Jung exige a los hombres en la mitad de la vida se realiza en la meditación y la ascesis. Soledad y ayuno voluntario son para Jung «los medios conocidos desde antiguo para proteger aquella meditación que debe abrir el paso al inconsciente».Esta entrada en el inconsciente, profundización en si mismo, significa renovación y nuevo nacimiento. El tesoro del que habla Cristo, está en el inconsciente y solamente los símbolos y medios de la religión hacen al hombre capaz de descubrir ese tesoro. Así como Cristo en su muerte bajó al Hades, el hombre tiene también
que pasar por la noche del inconsciente, por el descenso a los infiernos del
autoconocimiento para con la fuerza del inconsciente volver a nacer.El resultado de la experiencia de los hombres, que pasan por las crisis de la mitad de la
vida y que se dejan transformar por Dios en esas crisis, la resume Jung así:
Esos hombres «se encontraron a si mismos, supieron aceptarse a si mismos, fueron capaces de reconciliarse consigo mismos y por ello se reconciliaron también con las circunstancias y los acontecimientos contradictorios. Esto es casi lo mismo que antiguamente se dijo: Ha hecho las paces con Dios, ha ofertado su propia voluntad como sacrificio al someterse a la voluntad de Dios».
El renacimiento espiritual, el dejarse transformar por Dios, es la tarea de la segunda mitad de la vida. Una tarea llena de riesgos, pero también llena de promesas. Exige menos conocimientos psicológicos y más lo que llamamos piedad. Es la disponibilidad para volverse hacia el interior para oír al Dios que está en nosotros.
El hombre desde la mitad de su vida debe -así lo exige Jung- dedicarse con todas sus fuerzas espirituales a la tarea de «ser-si-mismo». Una tarea que no podemos realizar por nuestras propias fuerzas sino que solamente podemos alcanzar concedente Deo.

Un enfoque psicológico

C. G. Jung enfoca el problema de la mitad de la vida desde otros supuestos que los del místico y predicador Tauler. Jung es psicólogo y como tal se limita a los métodos de la ciencia empírica. Deja a los teólogos extraer las conclusiones filosóficas y teológicas. Sin embargo, la religión es un fenómeno que el psicólogo encuentra continuamente en sus pacientes. No se puede investigar la psique del hombre sin tener en cuenta los intentos de dar una respuesta a la pregunta por el sentido mediante los sistemas e imágenes religiosos.

Jung considera el sentido dado por la experiencia religiosa, como científico de la naturaleza, solamente desde el punto de vista de la contribución de tales experiencias a la salud del alma humana.
Como científico, no puede afirmar si detrás de las imágenes religiosas hay una realidad transcendente. Como hombre, sin embargo, ha tenido frecuente contacto con esa realidad. 

 Con todo, es llamativo que Jung desde la psicología haya llegado a resultados semejantes a los de Tauler. Esto significa que el camino religioso correctamente entendido, también es entendido correctamente desde el punto de vista psicológico. La Psicología pone en nuestras manos criterios para distinguir dentro de la práctica religiosa las formas falsas de las sanas aunque no puede ciertamente presumir de ser la norma del camino religioso.

Sin embargo, toda religión tiene, por lo menos, que plantearse la cuestión psicológica:

 ¿Hasta que punto la religión con sus dogmas y su práctica hacen a un hombre sano o enfermo? Pues en último término, la religión se entiende como un camino que quiere conducir a la salud (salvación), pero no solamente a una salvación transcendental sino a una salvación humana.

 Siguiendo a Sigmund Freud, la Psicología se ha concentrado casi exclusivamente en la fase infantil del hombre. Se han estudiado rigurosamente las fases del desarrollo de la niñez y la juventud. Cuando en la vida de un adulto aparecen crisis o síntomas neuróticos se explora su niñez para poder aclarar y curar la situación presente. El interés de la Psicología clásica por el desarrollo humano termina con la transición de la pubertad y la adolescencia, entre los 17 a 18 años.

 Precisamente con C. G. Jung (1875-1961) se cambia la perspectiva de la Psicología. Así como Freud es el psicólogo de la primera mitad de la vida  se puede decir con toda razón que Jung lo es de la segunda mitad. Para él no hay que retrotraer los problemas del adulto a la niñez sino encontrar caminos para ayudarle aquí y ahora. Este cambio de orientación es algo más que una variante de la dimensión temporal.
Se trata de una problemática cualitativamente distinta.

 Freud ve en los conflictos neuróticos del hombre exclusivamente problemas de pulsiones y estos aparecen en la mayoría de los casos en la infancia. Jung, por el contrario, comprueba en sus consultas que la mayoría de los problemas del hombre que ha pasado los treinta y cinco años son de naturaleza religiosa.

1. El proceso de la individuación
Si queremos comprender las observaciones de C. G. Jung sobre los problemas de la mitad de la vida tenemos que acercarnos a lo que Jung entiende por desarrollo humano, por proceso de individuación.
Para Jung individuación es aquel proceso que «produce un individuo psicológico, es decir, una unidad independiente e indivisible, un todo». Este proceso tiene dos grandes fases: la de la expansión en la primera mitad de la vida y la de la introversión en la segunda.

 YO/QUE-ES: En la primera parte de la vida sucede que el niño, que todavía vive del todo en el inconsciente, se va apartando más y más de ese inconsciente y va formando un Yo consciente. Por Yo entiende Jung el núcleo consciente de la persona, el centro de su obrar y juzgar. El hombre debe, en la primera mitad de su vida, fortalecer cada vez más su Yo, debe encontrar en el mundo su sitio y poder afirmarse. Para ello desarrolla una «persona», un rostro que se amolda a las expectativas del entorno, es decir, una «máscara» que le protege, con sus sentimientos y estados de ánimo, de estar a merced de los hombres. A la «persona» le incumbe la relación del Yo con el entorno. Dado que el hombre en la primera mitad de la vida se cuida de fortalecer su Yo y construir una persona
firme, descuida otras dimensiones.
 
 Como consecuencia de esto sale a la luz la sombra, por decirlo así, la imagen reflejada del Yo, compuesta «por los rasgos del hombre en parte reprimidos, en parte no vividos del todo que desde el principio fueron en gran parte excluidos por motivos morales, sociales, educativos o de otro tipo y por eso cayeron en la represión, es decir, en la disociación».

CONCIENCIA/FUNCIONES: La sombra no pertenece, por tanto, simplemente a la parte oscura y negativa sino también a la positiva. El ser humano es polar: cada polo tiene su contrapolo. Cuanto el hombre sube un polo a la conciencia, el otro queda en el inconsciente. Cada cualidad tiene su opuesta. Cuando más cultiva el hombre una cualidad, su contraria actúa más fuertemente en el inconsciente.
 
 Esto no es valedero sólo para las virtudes sino para las cuatro funciones de la conciencia que distingue Jung: pensar, sentir, intuir y experimentar. Si el hombre cultiva unilateralmente sus funciones de inteligencia, el inconsciente se inunda de pulsiones infantiles del sentimiento (por ejemplo, el sentimentalismo). La mayor parte de las veces son proyectadas las propiedades, y los modelos de comportamiento que subyacen en la sombra, en otras personas, sobre todo del tipo contrario (el contratipo). Esta proyección que impide el desarrollo de la sombra a la consciencia, frecuentemente es causa de tensiones entre personas.

 Junto a la sombra personal, el hombre tiene en si mismo una sombra colectiva en la que está incluido todo lo malo y oscuro de la historia de la humanidad. La sombra colectiva es una parte del inconsciente colectivo en el que se acumulan las experiencias de la humanidad y que encuentran su expresión en los mitos, arquetipos y símbolos de la religión. Al inconsciente colectivo pertenece también el anima y el animus, símbolos de lo masculino y lo femenino, lo maternal y lo paternal.

 Autoafirmacion: En la primera mitad de la vida, el hombre está tan ocupado con la autoafirmación que se identifica con su yo consciente. El inconsciente lanza en la sombra al anima sin sufrir graves daños. Pero esto cambia en la segunda mitad de la vida en que el hombre debe integrar en sÍ mismo su anima o su animus para que de esta manera retraiga sus proyecciones y se abra a su propio inconsciente haciendo conscientes los depósitos y cualidades allí escondidos
.
El Yo debe volverse a su origen, hacia el «sí mismo» (Selbst) y  ganar desde él nuevas fuerzas vitales. El desarrollo del sí mismo es el objetivo de la individuación. El «si mismo» (das Selbst) lo define Jung «como la totalidad psíquica del hombre». Mientras el Yo es sólo lo consciente, la sombra es lo inconsciente. El «si mismo» (das Selbst) comprende ambos: lo consciente y lo inconsciente. El hombre debe desarrollarse desde el Yo al «si mismo». Esto sucede en la medida en que cada vez más lo inconsciente se haga consciente, y se integre.

2. Problemas de la mitad de la vida

La mitad de la vida, entre los 35 y los 45 años aproximadamente, señala aquel punto de cambio en el que el desarrollo del Yo se tiene que transformar en la maduración del «si mismo» (Selbst). El problema fundamental de este cambio consiste en que el hombre cree que puede dirigir esta segunda mitad de la vida con los medios y principios de la primera.

 La vida humana puede compararse con el recorrido del sol. Por la mañana asciende e ilumina el mundo. Al mediodía alcanza su cenit y sus rayos comienzan a disminuir y decaer.
La tarde es tan importante como la mañana. Sin embargo, sus leyes son distintas. Para el hombre esto significa el reconocimiento de la curva vital que desde su mitad ha de ajustar a la realidad interior en lugar de a la realidad exterior.
 
 Ahora se exige la reducción a lo esencial, el camino hacia lo interior, la introversión en lugar de la expansión. «Lo que la juventud encontró, y debía encontrarlo, fuera, el hombre de la tarde lo debe encontrar en el  interior.» Los problemas con que se tropieza el hombre en la mitad de su vida dependen de la tarea que la segunda mitad de la vida le exige y en los que tiene que empeñarse:

relativización de su persona.
aceptación de la sombra,
integración del anima y del animus
desarrollo del si mismo en la aceptación de la muerte y en el encuentro con Dios.

Relativización de la persona

 Ha costado mucho esfuerzo lograr durante la juventud y como joven adulto un puesto en la vida. La lucha exige una persona fuerte que permita afirmarse en el mundo. La afirmación de la persona se hizo a costa de una represión del inconsciente. Ahora, en la mitad de la vida brota el inconsciente y con ello el hombre entra en inseguridad.
 
 Su instalación consciente se rompe, queda desorientado y pierde el equilibrio. La pérdida del equilibrio para Jung es algo útil que exige un nuevo equilibrio en el que también alcanza su sitio correspondiente el inconsciente.

 Ciertamente que el hundimiento de la instalación consciente puede llevar a la catástrofe.
Una reacción frecuente para defenderse de la inseguridad es aferrarse crispadamente a su persona, a la identidad sin humor, a la profesión, a las ocupaciones, a un «titulo». Jung cree que esa identificación con la profesión o el titulo tiene «algo de seductor y por ello tantos hombres no son, en el fondo, nada más que la dignidad que les ha concedido la sociedad. Seria inútil buscarles una personalidad detrás de la cáscara.
 
Detrás de grandes apariencias representativas no son otra cosa que un hombrecillo digno de lástima. Por eso es la profesión tan seductora: porque representa una compensación barata a una personalidad deficiente.»

El hombre que se encuentra en la mitad de la vida deberá, en lugar de estar como hasta entonces a la escucha de la expectativas del mundo, prestar su oído a la voz interior y poner manos a la obra del desarrollo de su personalidad interior.

Aceptación de la sombra.

 El problema de la contradicción 

Jung considera el todo de la vida humana como un conjunto de  contradicciones, contrastes o polaridades. Frente al consciente está el inconsciente, frente a la luz, la sombra, frente al animus el anima. La contradicción o polaridad es esencial al hombre. No llega el hombre a su plenitud, es decir no se desarrolla hasta el «sí mismo», si no consigue integrar las contradicciones en lugar de eliminarlas.
 
 La primera mitad de la vida  acentúa unilateralmente el consciente con la afirmación del Yo. La inteligencia se creó ideales a los que siguió. Esos ideales tienen su contrapartida en los opuestos depositados en el inconsciente. Cuanto más esfuerzos se hacen por excluir lo reprimido tanto más aparece en los sueños. Del mismo modo, los modelos de comportamiento que el hombre vive conscientemente tienen sus actitudes contrarias en el inconsciente.

 La mitad de la vida exige volverse ahora también a los polos contrarios, aceptar la sombra no vivida y confrontarse. Nos encontramos con dos comportamientos defectuosos en la mitad de la vida: Uno consiste en no ver el contrario de la actitud consciente. Es el aferramiento a los antiguos valores, la caballeresca defensa de principios, el ser laudator temporis acti... De ahí viene la obstinación, el endurecimiento y la limitación. Seguir a la letra una conducta prescrita es el sucedáneo de un cambio espiritual. En último término lo que produce el endurecimiento es el miedo al problema de la contradicción y polaridad. Se tiene miedo del hermano molesto (el contrario reprimido) y no se le quiere reconocer. No puede haber más que una sola verdad y pauta de comportamiento, pues de lo contrario no se tiene ninguna defensa contra la ruina que amenaza y es no solamente rastreada en la propia persona sino en todas partes.

 La otra reacción ante el problema de la contradicción es el echar por la borda los valores que hasta el momento de la crisis tuvieron vigencia. En el momento que aparecen como error las convicciones presentes, falsedad en vez de verdad, odio donde había amor, se abandonan los ideales vigentes y se intenta seguir viviendo en contradicción con el anterior Yo.

«Cambios de profesión, separaciones, mutaciones religiosas, apostasías de todo tipo son los síntomas de este movimiento pendular hacia lo contrario.»

Se cree que por fin se puede vivir lo reprimido. Pero en lugar de integrarlo se cae victima de lo no vivido y se reprime lo hasta entonces vivido. Así permanece la represión y solamente cambia de objeto. Con la represión continúa la perturbación del equilibrio. Se sucumbe al error pues un valor opuesto ha abolido el valor que hasta entonces tuvo vigencia. Pero ningún valor ni ninguna verdad de nuestra vida se puede negar sin más con su contrario sino que más bien son correlativos.

«Todo lo humano es relativo porque todo descansa en la interior contradicción o polaridad.» La inclinación a negar los antiguos valores en favor de sus contrarios es tan exagerada como la anterior unilateralidad cuando ante ideales limpios no se tenia en cuenta la fantasía inconsciente que planteaba la cuestión. En la segunda mitad de la vida se trata «no de una conversión a lo contrario sino del mantenimiento de los valores antiguos a la vez que se reconocen sus contrarios».

Integración del anima y del animus

 El problema de la oposición se manifiesta en el cambio de la edad en que el varón y la mujer toman los rasgos del otro sexo.

«Especialmente en los países meridionales se constata que en mujeres de edad,
aparecen notas masculinas como voz ruda y grave, bigote o rasgos del rostro duros. Y a su vez se dulcifica el aire físico masculino con rasgos femeninos como adiposis y expresiones blandas del rostro.» 

Jung cree, así parece, que lo masculino y lo femenino es como una reserva determinada de sustancias. El varón consume en la primera mitad de su vida la mayor parte de su potencial varonil de tal modo que le queda luego casi solamente sustancia femenina.
Esto se pone de manifiesto en el cambio psíquico del varón y de la mujer en la mitad de la vida:

«¡Cuántas veces sucede, por ejemplo, que el varón entre los cuarenta y cinco y
cincuenta años ha perdido sus cualidades de organización y que la mujer se pone los pantalones y abre una tiendecita en la que quizá el varón presta servicios menores. Hay muchas mujeres que despiertan después de los cuarenta años a la conciencia social en general.

 En la moderna vida de negocios, especialmente en América, se da muy frecuentemente el caso del «break down», el hundimiento nervioso después de los cuarenta años. Si se investiga cuidadosamente a las victimas se puede apreciar que lo que se ha hundido es el hasta entonces estilo masculino y ha quedado un varón afeminado. Por otra parte se observa en mujeres del mismo circulo cómo desarrollan en estos años una masculinidad no común y una firmeza de inteligencia que dejan al corazón y los sentimientos en segundo
plano. Muy corrientemente estas mutaciones van acompañadas de catástrofes
matrimoniales de todo tipo pues no es muy difícil imaginarse lo que sucede cuando el varón descubre sus sentimientos tiernos y la mujer su inteligencia.»

ANIMA-ANIMUS/QUE-SON: Jung llama a los rasgos, propiedades y principios femeninos y masculinos anima y animus. Toda persona lleva en si ambos. En la primera mitad de la vida desarrolla más sólo una parte mientras que la otra queda reprimida en el inconsciente. Si el varón acentúa sólo su masculinidad, el anima se retira al inconsciente y se manifiesta en caprichos y afectos vehementes.

«El anima reprimida refuerza, exagera, falsea y mitologiza todas las relaciones
emocionales con la profesión y con las personas de ambos sexos.»

Entre las mujeres, el animus reprimido se manifiesta en opiniones tenaces. Estas opiniones descansan sobre presupuestos inconscientes y por eso no se dejan conmover.
Son principios intocables, opiniones incuestionables.

«En las mujeres intelectuales el animus proporciona argumentos y razones intelectuales y criticas que esencialmente consisten en convertir un punto secundario y débil en absurda cuestión capital. También una discusión clara en sí se convierte en embrollo sin salida por traer a colación un extraño y, a ser posible, sesgado punto de vista. Tales mujeres, sin saberlo, consiguen con ello enojar a los varones con lo cual arruinan tanto al anima como al animus.»

PROYECCIÓN  Si el varón no admite sus rasgos femeninos como son sus sentimientos, lo creativo y delicado, entonces los proyecta en las mujeres y así le fascinan. La proyección produce siempre fascinación. Así el enamoramiento de los jóvenes que va acompañado de tan fuertes emociones está siempre unido a la proyección.

 En la segunda mitad de la vida se le pide al hombre que abandone la proyección. Debe confesarse y decirse que todo lo que a él le atrae de la mujer lo lleva en si mismo. Esta confesión no es fácil para un varón celoso de su varonía. Jung piensa que se necesita gran fuerza y penosa sinceridad consigo mismo «para reconocer las sombras, aquí me refiero al trozo gemelo, y que el varón acepte el anima, por otra parte trozo maestro. No muchos lo logran».

 Jung indica diversos caminos para la confrontación con el anima. El primer paso está en que yo no reprima mis humores, afectos y emociones ni esquivándolos con una ocupación ni desvalorizándolos, ni excusándolos como si fuesen debilidades. Debo considerar atentamente este «mecanismo de rechazo y desvaloración» y tomar en serio las manifestaciones del inconsciente en los humores y afectos. Debo comenzar un diálogo con los humores. Debo dar ocasión así al inconsciente a expresarse y a subir a la consciencia.

En la medida en que yo pregunte a los afectos lo que me dicen y adónde me quieren señalar los deseos y proyectos, en esa medida consiento en darle la palabra al anima.Esta conversación con los propios sentimientos y estados de ánimo y en ellos con el propio inconsciente es para Jung una técnica importante para la educación del anima.
Otros caminos son el desarrollo consciente de las fuerzas del sentimiento, de la sensibilidad artística que todo el mundo tiene.
Lo inconsciente que se le aparece al hombre en su anima no carece de peligros. Puede no sólo !levar inseguridad a lo experimentado en el mundo consciente sino también pasar la cuenta y enredar. Por eso el hombre necesita de protección para poder encontrar a su inconsciente de un modo que le sea útil. Esta defensa, según Jung, se la ofrece la religión con sus símbolos.

La religión recoge lo intuitivo y lo creador del anima y es para el hombre
como una madre que le da la vida, como una fuente abundante de la que puede beber y le mantiene vivo y creador.
La religión proporciona al varón el cobijo que busca junto a su madre, pero le libra a la vez del lazo infantiloide con ella. Cuando el hombre queda unido a su madre, según Jung, y entregado a sus afectos corre peligro su salud psíquica.
El lazo con la madre es frecuentemente inconsciente y se manifiesta en la proyección de su anima en la mujer que para él toma el papel de madre. Ciertamente el varón en la mitad de su vida, cuando brota el inconsciente con toda su imprevisiblidad, busca defensa y cobijo. La angustia ante lo desconocido del inconsciente le hace buscar protección en la mujer. Y esta angustia presta a la mujer un poder ilegítimo que satisface seductoramente su instinto de posesión.
La religión es para Jung un medio eficaz para experimentar en si mismo la fecundidad del anima y proteger de la fascinación a la que puede llevar la proyección de la propia anima hacia mujeres concretas. Al mismo tiempo, la religión hace experimentar al hombre las fuerzas fecundas y creadoras del anima, que son necesarias para su vivacidad. Pues sin las fuerzas del anima, el hombre pierde vivacidad, flexibilidad y humanidad:

«Aparece por regla general endurecimiento precoz cuando no frialdad, actitudes
estereotipadas, unilateralidad fanática, amor propio, espíritu de «cruzada» o lo contrario: resignación, cansancio, negligencia, irresponsabilidad y finalmente un «ramollissement» pueril con inclinación al alcohol.»

Lo que el varón tiene que aprender a hacer con su anima, la mujer lo tiene que aprender a hacer con su animus. Debería usar el animus como puerta de entrada a su propio inconsciente y como posibilidad para aprender a conocer mejor su inconsciente. Cuando sus opiniones no sean sólidas ni se basen en convicciones firmes, la mujer deberla investigarlas críticamente y averiguar su procedencia. Así es como podrá descubrir los presupuestos inconscientes de sus opiniones, aparentemente fundados en la razón. De este modo, el animus se convierte en puente hacia el inconsciente en el que se encuentran las fuerzas creadoras que son necesarias para alcanzar el «si mismo» (Selbst).
En lo que se refiere a la integración del animus la religión tiene una función distinta en la mujer que en el varón. Para la mujer las exigencias ascéticas y morales son importantes para salir desde su ser maternal, cobijante y protector y llegar al empeño práctico y a la responsabilidad. El animus tiene que conformar al anima, el espíritu exigente del padre ha de fecundar al anima. La religión puede prestar al anima forma y figura en las que la vida de la mujer pueda desarrollarse y crecer.

Por otra parte, la comunidad es una ayuda para la integración del anima y
el animus. La comunidad puede tanto ofrecer como exigir y configurar el cobijo. El que se cierra a la comunidad se separa del torrente de la vida. Jung ve el encubrimiento de los afectos y su desvaloración como causa del cerrarse a la comunidad. Por ello la soledad y el aislamiento no son en última instancia un problema de falta de capacidad de contacto sino una cuestión de humildad. Quien es demasiado orgulloso para abrirse a sus prójimos se aísla. El que es lo suficientemente modesto nunca se queda solo. Quien ha construido hacia afuera su persona se deja alcanzar continuamente por las preguntas planteadas por
el anima y el animus. El que se plantea sinceramente sus propias contraposiciones y examina sin cesar sus estados de ánimo y sus opiniones siendo lo suficientemente modesto como para abrirse al otro, tendrá en la comunidad una ayuda eficaz para integrar el anima y el animus y alcanzar anímicamente el equilibrio.

Desarrollo del «si mismo» (Selbst)  en la aceptación de la muerte  y en el encuentro con Dios

El verdadero problema ante el que el hombre se enfrenta en la mitad de su vida es, en última instancia, su actitud ante la muerte. La curva psíquica de la vida en su declinar marcha hacia la muerte. Sólo cuando el hombre cree en la supervivencia después de la muerte, el final de su vida terrena, la muerte, es un objetivo razonable. Sólo entonces tiene sentido la segunda mitad de la vida en si misma y también es una tarea.

 Para Jung, sobrevivir tras la muerte no es un asunto de fe sino de la realidad psíquica.
El alma encuentra razonable el hecho de la muerte. En la medida en que se dispone a ello permanece sana.
En la mitad de la vida, el hombre tiene que familiarizarse con su muerte. Tiene que hacer consciente el descenso de la curva biológica de su vida para dejar ascender su linea psicológica en dirección a su individuación.
Jung afirma: «A partir de la mitad de la vida permanece solamente vivo aquel que quiere morir con la vida.» La angustia ante la muerte la ve Jung en relación con la angustia ante la vida:

«Así como hay un gran número de hombres jóvenes que, en el fondo, tienen un  angustioso pánico ante la vida y que, sin embargo, la desean vivamente, hay también muchos hombres mayores que sufren el mismo temor ante la muerte.
 Tengo la experiencia de que jóvenes que temían a la vida sufren más tarde angustia hacia la muerte. Si siendo jóvenes, presentan resistencias pueriles ante las exigencias normales de la vida, cuando sean viejos tendrán angustia ante una de las normales exigencias de la vida. Si se está tan convencido de que la muerte es simplemente el final de una carrera, que es una regla sin excepción se comprenderá la muerte como la meta y el cumplimiento, como se hace sin
más con los objetivos y perspectivas de la vida juvenil ascendente.»

La vida tiene una meta. En la juventud esa meta consiste en que el hombre se
establezca en el mundo y alcance algo. Con el paso a la segunda mitad de la vida el objetivo cambia. No está ya en la cumbre sino en el valle donde comenzó la ascensión; ahora se trata de ir hacia ese objetivo. El que no hace esto, el que se agarra crispado a su vida, pierde la relación de su curva vital psicológica y biológica. «Su conciencia está en el aire mientras que en el interior la parábola desciende cada vez con más velocidad». La angustia ante la muerte es finalmente un «no querer vivir». Pues vivir, permanecer vivo, sólo puede realizarlo quien acepta la ley de la vida que se dirige hacia la muerte como a su meta.

 En lugar de mirar hacia adelante, a la meta de la muerte, muchos miran hacia atrás, al pasado. Mientras deploramos que un hombre de treinta años mire nostálgicamente a su infancia y permanezca pueril, la sociedad actual admira a
hombres viejos que tienen aspecto juvenil y se comportan como jóvenes. Jung llama a estas actitudes:

«Descalabros psicológicos de la naturaleza, perversos e incongruentes. Un joven que no lucha y vence ha derrochado lo mejor de su juventud y un viejo que ante el misterio de los arroyos que descienden sonoros de la cumbre no sabe escuchar es un sinsentido, una momia espiritual, no es nada más que un pasado anquilosado. Permanece fuera de su vida repitiendo maquinalmente hasta la más superficial de las vulgaridades. ¡Qué clase de cultura es la que necesita tales fantasmas!»

Un signo típico de la angustia ante el futuro en el viejo es el aferrarse al tiempo de la juventud.
Jung pregunta:

«¿Quién no conoce a esos conmovedores hombres mayores que evocan  constantemente sus tiempos de estudiantes y que solamente en esa memoria de sus heroicos tiempos homéricos pueden encender la llama de la vida, pero que por lo demás están acartonados en un filisteismo sin esperanza?»

En lugar de prepararse para la vejez se vuelven a la eterna juventud que, según Jung es «un lamentable sucedáneo de «la iluminación del si mismo» exigencia de la segunda mitad de la vida.

 Los hombres de hoy no se preparan en la primera mitad de su vida para lo que les espera en esta etapa segunda. Según Jung la causa es que tenemos escuelas para jóvenes, pero no para cuarentones donde les deberían enseñar a afrontar la segunda mitad de la vida. Desde antiguo las escuelas eran las religiones que preparaban a los hombres para el misterio de la segunda mitad de la vida.

 Jung no tiene ahora otra escuela que ofrecer que las religiones porque conducen por encima de la autoafirmación a un ámbito en el que el hombre verdaderamente llega a ser hombre.
Según Jung el hombre solamente puede desarrollar su «sí  mismo» cuando experimenta en si lo divino. La idea de Dios en nosotros, como dice San Pablo: «No vivo yo, sino Cristo es el que vive en mi» expresa, para Jung, la experiencia del hombre que se ha encontrado a si mismo.
 
 La mitad de la vida es la ocasión para dejar el pequeño yo y abandonarse en Dios. Quien rehúsa la entrega a Dios no encuentra su propia totalidad y en último término tampoco su salud anímica. Así, para muchos hombres el problema verdadero de la segunda mitad de la vida es una cuestión religiosa.

Dice Jung:

«De entre todos mis pacientes que habían pasado la mitad de la vida, es decir, de más de treinta y cinco años, no había ninguno en que el problema decisivo no fuera su actitud religiosa. Ciertamente todo el mundo se pone enfermo por lo que ha perdido y esto es lo que las religiones vivas han dado en todos los tiempos a sus creyentes. Por otra parte, nadie se cura de verdad si no logra recuperar su actitud religiosa, asunto que naturalmente no tiene nada que ver con una confesión determinada o la pertenencia a una iglesia.»
Para el encuentro con la imagen de Dios, necesaria para la salud psíquica, Jung ofrece al hombre los mismos medios y métodos que los autores espirituales. Habla de sacrificio por el que el hombre se entrega a Dios y en el que ofrece algo de su Yo para ganarse a sí mismo. La introversión que Jung exige a los hombres en la mitad de la vida se realiza en la meditación y la ascesis. Soledad y ayuno voluntario son para Jung «los medios conocidos desde antiguo para proteger aquella meditación que debe abrir el paso al inconsciente».Esta entrada en el inconsciente, profundización en si mismo, significa renovación y nuevo nacimiento. El tesoro del que habla Cristo, está en el inconsciente y solamente los símbolos y medios de la religión hacen al hombre capaz de descubrir ese tesoro. Así como Cristo en su muerte bajó al Hades, el hombre tiene también
que pasar por la noche del inconsciente, por el descenso a los infiernos del
autoconocimiento para con la fuerza del inconsciente volver a nacer.El resultado de la experiencia de los hombres, que pasan por las crisis de la mitad de la vida y que se dejan transformar por Dios en esas crisis, la resume Jung así:

 Esos hombres «se encontraron a si mismos, supieron aceptarse a si mismos, fueron capaces de reconciliarse consigo mismos y por ello se reconciliaron también con las circunstancias y los acontecimientos contradictorios. Esto es casi lo mismo que antiguamente se dijo: Ha hecho las paces con Dios, ha ofertado su propia voluntad como sacrificio al someterse a la voluntad de Dios».
El renacimiento espiritual, el dejarse transformar por Dios, es la tarea de la segunda mitad de la vida. Una tarea llena de riesgos, pero también llena de promesas. Exige menos conocimientos psicológicos y más lo que llamamos piedad. Es la disponibilidad para volverse hacia el interior para oír al Dios que está en nosotros.
El hombre desde la mitad de su vida debe -así lo exige Jung- dedicarse con todas sus fuerzas espirituales a la tarea de «ser-si-mismo». Una tarea que no podemos realizar por nuestras propias fuerzas sino que solamente podemos alcanzar concedente Deo.
 
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