El Tiempo del alma

martedì 7 giugno 2016

RAM DASS ... Sobre el camino espiritual

Una de las mayores trampas que tenemos en Occidente es nuestra inteligencia, porque queremos saber que sabemos.
La libertad nos permite ser sabios, pero no se puede conocer la sabiduría, se debe ser la sabiduría. El intelecto es un maravilloso servidor, pero es un dueño terrible. Es la herramienta de poder de nuestra separatividad. El corazón intuitivo y compasivo es la puerta de nuestra unidad.
El camino espiritual lo más que puede ofrecernos es una oportunidad de volver a la innata cualidad compasiva de nuestro corazón y a nuestra sabiduría intuitiva. El equilibrio se produce cuando utilizamos nuestro intelecto como un servidor, pero no cuando nos vemos enredados o atrapados en nuestra mente pensante.
El camino espiritual es una oportunidad y un don para nosotros. Cada uno de nosotros debe ser auténtico consigo mismo para encontrar su propio y único camino. Cada cual ha de permanecer fiel a sí mismo.
Tenemos la suerte de convertirnos en la verdad que hemos estado anhelando. Una de las actitudes más relevantes de Gandhi era:"Mi vida es mi mensaje".
El rabino decía:"Yo iba a ver al Sadic, el místico rabino del otro pueblo, no para estudiar la Torá con él, sino para ver cómo ataba sus zapatos". San Francisco dice:"No vale la pena caminar para predicar, a menos que nuestra predicación sea nuestro caminar".
Tenemos que integrar nuestra espiritualidad en nuestra vida cotidiana, aportándole ecuanimidad, alegría y el asombro de lo sagrado. Tenemos que tomar con nosotros la capacidad de mirar el sufrimiento con el ojo y abrazarlo dentro de nosotros sin que nuestra mirada lo advierta.
Cuando yo trabajo con enfermos de sida y estoy sosteniendo a alguien, mi corazón se rompe porque quiero a esa persona y ésta sufre mucho. Sin embargo, al mismo tiempo están dentro de mí la ecuanimidad y la alegría. Es casi demasiada paradoja para poderla contener dentro de mí. Pero toda la ayuda real consiste en esto. Si uno se limita a ser atrapado por el sufrimiento, lo único que hace es agrandar el agujero de la persona que sufre.
Trabajamos espiritualmente en nosotros mismos como una ofrenda a nuestros semejantes. Porque hasta que hayamos cultivado las cualidades de paz, amor, alegría, presencia, honradez y verdad, todos nuestros actos están teñidos por nuestros apegos.
No puede uno esperar a estar iluminado para actuar, así que utilizamos nuestros actos como instrumento de trabajo sobre nosotros mismos.
Mi vida entera es mi camino, y esto es así para cada experiencia que tengo.

Dra. Frances Vaughan

Cuando dejamos de negar nuestras propias aflicciones y abrimos nuestros corazones al sufrimiento de los demás, podemos lamentarnos genuinamente por las pérdidas, los desengaños y el sufrimiento del mundo. En la profundidad de la aflicción es donde podemos descubrir que nuestro dolor personal refleja el sufrimiento de todas las criaturas.
De esta conciencia es desde donde nace la auténtica compasión.
Cierto día, poco después de haber hecho frente a un difícil divorcio, estaba sentada en silencio en un retiro meditativo cuando me sentí abrumada por el dolor. Sentía que mis lágrimas no eran sólo mías y parecía estar llorando por todas aquellas personas cuyos sueños se habían roto y que habían experimentado dolorosas pérdidas. Mis lágrimas, como todas las lágrimas, reflejaban el abandono de las defensas que me impedían sentir mi propia profundidad. Al rendirme y permitir que se desmoronasen las barreras que yo misma había erigido contra el océano de la compasión, me sentí aterrada y tuve miedo de ahogarme en ese océano. Pero, en la medida en que me sumergí cada vez más profundamente en esa situación, más allá del miedo, descubrí el mundo del alma y experimenté una profunda sensación de conexión con los demás, como si ellos formaran parte de mí. Desde entonces me he sentado con frecuencia con personas uqe están hundidas en las profundidades de su sufrimiento personal y no ha sido extraño que termináramos entrando en la dimensión de la paz interna y de la compasión por los demás.
Como dijo un rabino desconocido:"Sólo cuando nuestro corazón se rompe, Dios puede entrar en él."

El sufrimiento no es la única puerta de entrada al mundo del alma, pero es una puerta que todo el mundo debe atravesar en un momento u otro en la vida. Otros posibles caminos para acceder al mundo del alma son los sueños, la meditación, las diversas experiencia estéticas, la creatividad, el enamoramiento, el contacto con la muerte o cualquier otra experiencia transpersonal que sacuda nuestra complacencia y nuestra negación. Hoy en día considero a la insatisfacción con el mundo del ego como una especie de descontento divino, como una llamada del cielo que no nos deja descansar.

lunedì 6 giugno 2016


James Hillman


La psicología, cuyo propio nombre procede de “alma”(psyché), ha impedido la aparición del alma en cualquier lugar que no cuente con la aprobación de esta nueva visión del mundo. De la misma manera que la ciencia y la metafísica modernas han prohibido la subjetividad de las almas en el mundo físico de los hechos materiales, la psicología ha negado la autonomía y la diversidad de las almas al mundo interior de los hechos psicológicos. Las intenciones, conductas, voces o sentimientos que yo no puedo controlar con mi voluntad o conectar con mi razón son extraños, negativos, psicopatológicos. Toda mi subjetividad y toda mi interioridad deben ser literalmente mías, es decir, propiedad de mi personalidad consciente. En el mejor de los casos tenemos almas, pero nadie dice que seamos almas. La psicología no emplea siquiera la palabra “alma”: para hacer referencia a la persona se utilizan los términos “yo” o “ego”. Tanto el mundo de allá fuera como el de aquí dentro han sufrido el mismo proceso de despersonificación.
Nos han des-almado a todos. 

sabato 4 giugno 2016

Omraam Mikhaël Aïvanhov


“Cuánta gente trabaja por la paz en el mundo! Pero no todos hacen algo para que esta paz se instale verdaderamente.
 No todos han pensado que, en primer lugar, son todas las células de su cuerpo, todas las partículas de su ser físico y psíquico las que deben vivir según las leyes de la paz y de la armonía para emanar esta paz por la cual pretenden trabajar. 
Aunque algunas personas escriben sobre la paz o se reúnen para hablar de la paz, siguen alimentando la guerra en ellos, ya que están luchando sin cesar contra una u otra cosa.
 De esta forma, ¿qué paz pueden aportar? En primer lugar, el hombre debe instalar la paz en sí mismo, en sus actos, sus sentimientos, sus pensamientos. 
Sólo entonces trabaja verdaderamente por la paz.”

Holger Kalweit - Clases de Emergencia Espiritual

La cultura y la medicina occidentales han declarado la guerra total a la enfermedad y a la muerte: a la muerte, porque significa el fin de nuestra existencia en la tierra, y a la enfermedad, porque perjudica nuestro disfrute de la vida.

Consideramos la enfermedad como algo malo, algo de lo que  hay que librarse lo antes posible, a lo que hay que poner fin. La vemos como algo que nos invade: un virus, un bacilo o cualquier otra cosa: de esta manera, la vivimos en el fondo como un proceso ajeno que incapacita, paraliza y destruye nuestro cuerpo por dentro, como un estado de cosas artificial que tiene que ser suprimido a toda costa. En resumen, la enfermedad y la muerte son las gárgolas de nuestra civilización.
La enfermedad constituye para nosotros una mancha sucia en el espejo impostor de nuestra megalomanía tecnológica.
El sufrimiento y la enfermedad se ven en nuestra cultura como algo que emerge de una fuente hostil al cuerpo, y por ello sentimos que es totalmente natural nuestra lucha contra la enfermedad, la muerte, el sufrimiento y el dolor físico.
Nuestro punto de vista estático del mundo rechaza cualquier clase de cambio, excepto tal vez el cambio tecnológico y económico. En especial, somos reacios a cualquier alteración de la conciencia y a cualquier cambio ontológico.
Si fuésemos capaces de entender la enfermedad y el sufrimiento como procesos  de  transformación física y psíquica, como hacen los pueblos de Asia y las culturas tribales, ganaríamos una visión más profunda y menos desviada de los procesos psicosomáticos y psicoespirituales, y empezaríamos a darnos cuenta de las muchas oportunidades que ofrecen el sufrimiento y la muerte del ego.
Nuestro largo y continuo combate contra la muerte y la enfermedad se ha enraizado tan profundamente en nuestra conciencia que incluso la psicología moderna se ha visto obligada a salir a la liza contra la debilidad física y la muerte. Como consecuencia, continúa ignorándose el sufrimiento físico y psíquico como medio de altrerar la conciencia y como fuerza y mecanismo de transformación y de autocuración.
En estos úlñtimos años, ha tenido lugar una revalorización de la conciencia, esa esencia que impregna todos los actos de nuestra vida, junto con una actitud más positiva hacia los estados alterados de conciencia. Así pues, la ciencia  ha empezado a valorar de nuevo el conocimiento sagrado de las culturas del pasado y de las sociedades tradicionales, que no consideran la enfermedad y la muerte como fundamentalmente dañinas y hostiles, sino que reconocen su positivo dinamismo interno.
Para estas culturas tradicionales, la enfermedad, el sufrimiento y la  muerte son manifestaciones de la sabiduría inherentes del cuerpo, a la que basta con rendirnos para alcanzar áreas de percepción capaces de revelar el verdadero fundamento de nuestra existencia terrenal.
Estas culturas tradicionales consideran la vida del Más allá y la muerte como un medio de regenerar y fortalecer nuestra existencia en la tierra. También ven la enfermedad como un proceso que nos limpia de los malos hábitos que hemos acumulado con nuestra falsa actitud ante la vida.