La cultura y la medicina occidentales han declarado la guerra total a la enfermedad y a la muerte: a la muerte, porque significa el fin de nuestra existencia en la tierra, y a la enfermedad, porque perjudica nuestro disfrute de la vida.
Consideramos la enfermedad como algo malo, algo de lo que hay que librarse lo antes posible, a lo que hay que poner fin. La vemos como algo que nos invade: un virus, un bacilo o cualquier otra cosa: de esta manera, la vivimos en el fondo como un proceso ajeno que incapacita, paraliza y destruye nuestro cuerpo por dentro, como un estado de cosas artificial que tiene que ser suprimido a toda costa. En resumen, la enfermedad y la muerte son las gárgolas de nuestra civilización.
La enfermedad constituye para nosotros una mancha sucia en el espejo impostor de nuestra megalomanía tecnológica.
El sufrimiento y la enfermedad se ven en nuestra cultura como algo que emerge de una fuente hostil al cuerpo, y por ello sentimos que es totalmente natural nuestra lucha contra la enfermedad, la muerte, el sufrimiento y el dolor físico.
Nuestro punto de vista estático del mundo rechaza cualquier clase de cambio, excepto tal vez el cambio tecnológico y económico. En especial, somos reacios a cualquier alteración de la conciencia y a cualquier cambio ontológico.
Si fuésemos capaces de entender la enfermedad y el sufrimiento como procesos de transformación física y psíquica, como hacen los pueblos de Asia y las culturas tribales, ganaríamos una visión más profunda y menos desviada de los procesos psicosomáticos y psicoespirituales, y empezaríamos a darnos cuenta de las muchas oportunidades que ofrecen el sufrimiento y la muerte del ego.
Nuestro largo y continuo combate contra la muerte y la enfermedad se ha enraizado tan profundamente en nuestra conciencia que incluso la psicología moderna se ha visto obligada a salir a la liza contra la debilidad física y la muerte. Como consecuencia, continúa ignorándose el sufrimiento físico y psíquico como medio de altrerar la conciencia y como fuerza y mecanismo de transformación y de autocuración.
En estos úlñtimos años, ha tenido lugar una revalorización de la conciencia, esa esencia que impregna todos los actos de nuestra vida, junto con una actitud más positiva hacia los estados alterados de conciencia. Así pues, la ciencia ha empezado a valorar de nuevo el conocimiento sagrado de las culturas del pasado y de las sociedades tradicionales, que no consideran la enfermedad y la muerte como fundamentalmente dañinas y hostiles, sino que reconocen su positivo dinamismo interno.
Para estas culturas tradicionales, la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son manifestaciones de la sabiduría inherentes del cuerpo, a la que basta con rendirnos para alcanzar áreas de percepción capaces de revelar el verdadero fundamento de nuestra existencia terrenal.
Estas culturas tradicionales consideran la vida del Más allá y la muerte como un medio de regenerar y fortalecer nuestra existencia en la tierra. También ven la enfermedad como un proceso que nos limpia de los malos hábitos que hemos acumulado con nuestra falsa actitud ante la vida.
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