Cuando dejamos de negar nuestras propias aflicciones y abrimos nuestros corazones al sufrimiento de los demás, podemos lamentarnos genuinamente por las pérdidas, los desengaños y el sufrimiento del mundo. En la profundidad de la aflicción es donde podemos descubrir que nuestro dolor personal refleja el sufrimiento de todas las criaturas.
De esta conciencia es desde donde nace la auténtica compasión.
Cierto día, poco después de haber hecho frente a un difícil divorcio, estaba sentada en silencio en un retiro meditativo cuando me sentí abrumada por el dolor. Sentía que mis lágrimas no eran sólo mías y parecía estar llorando por todas aquellas personas cuyos sueños se habían roto y que habían experimentado dolorosas pérdidas. Mis lágrimas, como todas las lágrimas, reflejaban el abandono de las defensas que me impedían sentir mi propia profundidad. Al rendirme y permitir que se desmoronasen las barreras que yo misma había erigido contra el océano de la compasión, me sentí aterrada y tuve miedo de ahogarme en ese océano. Pero, en la medida en que me sumergí cada vez más profundamente en esa situación, más allá del miedo, descubrí el mundo del alma y experimenté una profunda sensación de conexión con los demás, como si ellos formaran parte de mí. Desde entonces me he sentado con frecuencia con personas uqe están hundidas en las profundidades de su sufrimiento personal y no ha sido extraño que termináramos entrando en la dimensión de la paz interna y de la compasión por los demás.
Como dijo un rabino desconocido:"Sólo cuando nuestro corazón se rompe, Dios puede entrar en él."
El sufrimiento no es la única puerta de entrada al mundo del alma, pero es una puerta que todo el mundo debe atravesar en un momento u otro en la vida. Otros posibles caminos para acceder al mundo del alma son los sueños, la meditación, las diversas experiencia estéticas, la creatividad, el enamoramiento, el contacto con la muerte o cualquier otra experiencia transpersonal que sacuda nuestra complacencia y nuestra negación. Hoy en día considero a la insatisfacción con el mundo del ego como una especie de descontento divino, como una llamada del cielo que no nos deja descansar.
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