Esta es la meta de la senda del alma, sentir la existencia; no superar las pugnas ni las angustias de la vida, sino conocer la vida de primera mano, existir plenamente en el contexto.
Se describe a veces la práctica espiritual como caminar siguiendo las huellas de otro: Jesús es el camino, la verdad y la vida; la vida del bodhisattva es el modelo del camino. Pero en la odisea del alma, o en su laberinto, lo que se siente es que ese es un camino que jamás nadie ha recorrido.
Es frecuente que los pacientes en terapia pregunten: "Conoce a alguien que también haya tenido esta experiencia?". Sería un alivio saber que los callejones sin salida de este sendero del alma les son familiares a otros.
"Cree usted que voy por buen camino?", preguntará otro paciente.
Pero lo único que hemos de hacer es estar donde estamos en ese momento, a veces mirando en torno nuestro a plena luz de la conciencia, otras veces cómodamente instalados en las profundas sombras del misterio y de lo ignoto.
Ulises sabe que quiere llegar a casa, y sin embargo se pasa años en el lecho de Circe, cultivando su alma, en la isla circular donde todos los caminos giran en redondo.
Probablemente no sea del todo correcto hablar de la senda del alma. Es más bien un vagabundeo serpenteante.
La senda del alma está tan marcada por tendencias neuróticas como por grandes ideales, por la ignorancia como por el conocimiento, y por la vida cotidiana encarnada como por los planos más elevados de la conciencia.
El alma crece y se vuelve más profunda gracias a la vivencia de las complicacioines y los abismos.
Para el alma, este es el "sendero negativo" de los místicos, una apertura hacia la divinidad que sólo se hace posible si se renuncia a ir en pos de la perfección.
Otra descripción de la senda del alma se puede hallar en el concepto junguiano de individuación.
He oído a personas familiarizadas con los escritos de Jung que se preguntaban las unas a las otras:"Estás individuada?", como si la individuación fuera algún pináculo del logro terapéutico.
Pero la individuación no es una meta ni un destino, es un proceso.
Como esencia de la individuación, yo insistiría en el sentimiento de ser un individuo único que está activamente comprometido en el trabajo del alma.
Todos mis dones, carencias y esfuerzos se funden y se coagulan, por decirlo en lenguaje alquímico, en este individuo singular que soy.
Nicolás de Cusa escribió a un hombre que se llamaba Giuliano "Todas las cosas se Giulianizan
en ti ".
El individuo que trabaja seriamente en el proceso de hacer su alma se va convirtiendo en un microcosmos, "un mundo humano".
Cuando damos cabida en nosotros a las grandes posibilidades de la vida y las abrazamos, es cuando somos más individuales.
Esta es la paradoja que de tantas maneras describió el Cusano.
En el transcurso de una vida, ya sea ésta larga o corta, la humanidad cósmica y el ideal espiritual se revelan en la humana carne, en diversos grados de imperfección.
La Divinidad, el cuerpo de Cristo, la naturaleza de Buda, se encarna en nosotros, en toda nuestra complejidad y toda nuestra locura.
Cuando lo divino resplandece a través de la vida ordinaria, bien puede aparecer como locura, y nosotros como los bufones de Dios.
La mejor definición de la individuación que conozco es un inspirado párrafo de James Hillman, en su libro Myth of Analysis:
"El Hombre Transparente, a quien se ve y a través de quien se ve, el loco, a quien no le queda nada que esconder, se ha vuelto transparente gracias a la aceptación de sí mismo; su alma es amada, totalmente revelada, totalmente existencial; él es sólo lo que es, liberado de ocultamientos paranoides, del conocimiento de sus secretos y de su conocimiento secreto; su transparencia sirve como un prisma para el mundo y lo que no es mundo. Porque conocerte reflexivamente a ti mismo es imposible; sólo la última reflexión de una nota necrológica puede decir la verdad, y solo Dios sabe nuestro verdadero nombre."
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