El Tiempo del alma

giovedì 21 giugno 2018

El retorno de la diosa - Edward C. Whitmont



El ego patriarcal aborrece el cambio y la rendición. Desea que persistan la vida y la conciencia en una perpetuidad inalterada e inalterable. Por eso teme cualquier amenaza a su continuidad. Sin embargo siente deseos,y hasta impulsos,de reprimir y destruir lo que se interpone en el camino de su anhelo y su seguridad.

 El ego patriarcal desea la vida pero crea la muerte y ese mismo mal que teme y niega.

Consideramos malo lo que tememos. Tememos la violencia porque hemos llegado a creer que la vida ha de ser algo ordenado, racional, pacífico y perpetuo.

Tememos el cambio porque nuestro sentido de la identidad personal en el tiempo y en el espacio se apoya en la ilusión de uniformidad, de estabilidad psíquica y de permanencia.

Jung decía: "Nada provoca tanto pánico en los primitivos como lo que se aparta de lo ordinario; se sospecha en seguida que es algo peligroso y hostil. Al hombre civilizado le sucede lo mismo".

El cambio es una amenaza a nuestro estado actual de conciencia y a nuestro sentido de la identidad habitual.Por eso tememos a la muerte, el cambio definitivo, y la consideramos el mayor de los males

.Dionisio, el dios sombrío del cambio, representa esa amenaza.

 Hubo que expulsarlo en nombre del Dios que es Yo soy, el Dios que separó el mal del bien, lo superior de lo inferior. Se perdió con ello la unicidad paradisíaca. Este tema recorre, de un modo u otro, todas las mitologías patriarcales.

Se escindió y rechazó así el abismo creador del suelo maternal, lo femenino o yin.

 El impulso violento y extático que lleva a la muerte y a la destrucción que es parte tan importante del principio yin se negó y se reprimió. El suelo abismal y origen del ser se considera sagrado, peligroso y abrumador, el todo-en-uno. Su atractivo hace que se desee apasionadamente, pero también se le teme porque para la identidad individual, que aflora gradualmente, es un caos terrible. Por eso se necesitaban el tabú y la represión para impedir una fusión regresiva y asegurar el orden y la racionalidad.

Nuestra conciencia racional y un orden social aparentemente viable de respeto a los derechos individuales se han edificado sobre este rechazo de la Madre Oscura y de la violencia dionisíaca.

... El que no sepamos relacionarnos con el aspecto daimónico y transpersonal de la agresividad, tiende a aumentar su demonización.

... La Gran Diosa y su consorte fálico Dionisio representaban un alma del mundo y de su poder intrínseco de destrucción y renovación. Representaban una continuidad de vida y existencia en que nacimiento, amor, agresividad, violencia, destrucción y renacimiento eran como latidos. Hemos perdido de vista este aspecto de la realidad.
En consecuencia, nuestros criterios y nuestra relación con la existencia se han deformado y se han hecho absurdos e irreales.

Cómo y por qué han sido reprimidos lo femenino y lo dionisíaco? Cómo pueden restaurarse? Con qué rituales se podría transformar la violencia y convertirla en afirmación agresiva y en conexión personal? .

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